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La caída del imperio animado

La película confirma la decadencia de la factoría Disney

La película confirma la decadencia de la factoría Disney

Publicado por
Rosa R. Porto
León

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En estos días de penurias creativas, el pobre Walt -donde quiera que se encuentre, congelado o no-, debe estar diciendo algo así como «¡con lo que yo he sido!». No es para menos, porque el cine de dibujos animados y la firma Disney han sido durante décadas casi lo mismo: de Blancanieves a Fantasía y de Dumbo a Bambi , todos hemos crecido arropados por los míticos estudios norteamericanos. Por eso, resulta doloroso asistir a esta lenta agonía de títulos descoloridos y aburridos, de los que Hermano oso es la última entrega. Con ella, la factoría de animación más importante cierra para siempre y deja el textigo a Pixar, los genios del ordenador. Renovarse o morir... Esto no deja de ser un funeral, y quizás debería hablar bien del muerto o suavizar la crítica, pero Hermano oso me ha tocado el lado más vitriólico. Serán los efectos secundarios del subidón de azúcar provocado por estos osos amorosos y sus peripecias insulsas. Ni siquiera respescar a Aaron Blaise, el director de El Rey León , ha servido para dar nueva vida a una fórmula agotada: la hora y media de buen rollito ecologista se hace insoportable y dudo mucho que tanto melodrama consiga atraer a los niños. La puntilla corresponde a la banda sonora de aires neo-catecumenales, traducida para no variar, lo que significa que a Tina Turner nos la cambian por la inefable Roser, de Popstars , y al rallante de Phil Collins lo aguantamos de todas formas, y encima en castellano. Más allá de la calildad técnica -nobleza obliga-, sólo se salvan la pareja de alces chiflados y las tomas falsas. HERMANO OSO. EE. UU., 2003. Dir: Aaron Blaise y Bob Walker. Animación. Duración: 85 minutos.

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