Diario de León

De viaje a

villoria de órbigo

El convento o monasterio de La Asunción, la iglesia de San Miguel Arcángel y la ermita de las Angustias protegen y dan solera a este ‘lugar dorado’ o ‘villa a orillas’

jesús f. salvadores

jesús f. salvadores

Publicado por
pablo rioja barrocal
León

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H ace apenas siete días caminé por los sonidos siempre bien afinados de Sones del Órbigo, al tiempo que recorría las calles y plazas de una Veguellina acostumbrada —cada vez con mayor frecuencia— a dar cobijo a cualquier resquicio de cultura popular leonesa, ya sea al son de rabeles o en verso, que suele ser la forma más sencilla de plasmar los pensamientos del alma. Hoy, por continuar un rato más empapándome de las tradiciones que habitan en este municipio conocido como Villarejo de Órbigo, me bajo al sur para darme un garbeo por Villoria.

Y ojo, porque al contrario de lo que pueda parecer, aquí también hay historias que contar y rincones donde detenerse a aprender lo que es el León rural, ése que las nuevas urbes despreciaban no hace tanto y que ahora, gracias a Dios, se vende como turismo de interior. Merece la pensa descubrirlo. Y lo merece en primer lugar porque su antigüedad se remonta nada más y nada menos que a la época romana, cuando la Legio VII tenía mucho que decir por estos lares.

Esta Villoria (para algunos lugar dorado, para otros villa a orillas) fue antaño territorio importante por la vía que desde Astorga conducía a la capital para seguir a Zaragoza y después cruzar a Francia. Todo un Camino de Santiago a la inversa.

Entre sus piedras con solera, destaca el convento o Monasterio de la Asunción, cuya iglesia se suele abrir al público cada 28 de enero coincidiendo con la festividad de San Tirso.

Fue fundado en 1243 por Rodrigo Fernández de la Valduerna y ha sido reconstruido en más de una ocasión, entre otras cosas por un incendio que acabó con parte de la hospedería y el museo. El otrora habitado por monjes, da desde hace siglos cobijo a unas monjas que han sabido sobreponerse siempre a las dificultades económicas a base de imaginación y trabajo. Cuesta más, dicen, resistir la falta de vocaciones, pero si algo han aprendido estas religiosas es que su Dios suele segar donde no siembra y recoger donde no esparce. A ellas, como a Fito, les resulta tan raro todo lo normal.

Más allá de los muros se alojan otras construcciones de la arquitectura popular que dan entidad y empaque al pueblo como la iglesia de San Miguel Arcángel y la Ermita de las Angustias.

La Casa de Cultura, las escuelas o alguna vivienda señorial con escudos describen la actividad diaria de un pueblo pequeño, pero con mucha vida.

El tiempo de la visita se alarga. Toca parar y reponer fuerzas. Aquí no faltan nunca las sopas de ajo, los buenos chorizos, chichas y el salchichón, por no hablar de las roscas de Pascua y la limonada, aunque estas últimas sólo en Semana Santa. Claro que a uno le tiran las costumbres más familiares y al final opta por un buen cocido que también lo sirven como en pocos lugares.

Sin duda cualquier día es bueno para volver, aunque yo prometo hacerlo en el Corpus del próximo año y para San Miguel en el mes de septiembre, las otras dos grandes fiestas de Villoria junto con la de San Tirso.

Situada al sur de Veguellina de Órbigo, en el municipio de Villarejo, esta localidad vivió su mayor apogeo en la época de los romanos. Fue territorio importante por la vía que conducía desde Astorga a la capital para seguir a Zaragoza y después cruzar a Francia.

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