Diario de León

ascensión al volcán Poás

Es este un viaje esencial –café, volcán, vida silvestre, agua- para acercarse a Costa Rica, un país cuyo territorio protegido anda en torno al treinta y cinco por ciento. El Parque Nacional del Volcán Poás reúne todas las posibilidades apuntadas.

A. GARCÍA

A. GARCÍA

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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N o recorremos hoy grandes distancias. Entre ciento cincuenta y doscientos kilómetros con salida y llegada a San José, la capital. Dirección al aeropuerto, aquí ha de tomar la desviación que conduce a Alajuela, la ‘Ciudad Palabra’, bautismo reciente, creo, por el asunto de la cuentería. Sobre todo, la bimilenaria ‘Ciudad de los mangos’, que no necesita mayor explicación. Pequeña, recogida y llena de atractivos, por supuesto también históricos. Déjese llevar por las indicaciones, si conduce. Si no, disfrute el camino y la vegetación. También, seguro, con nombres sonoros y descriptivos en diferentes referencias y cartelerías. Está en el Valle Central y pronto divisará, al fondo, San José, bajo una perceptible nube de polución.

Casi sin darse cuenta, está en el Doka Café, un cafetal convertido en complejo turístico y propiedad de la familia Vargas Ruiz, pionera en la producción de café. Si como le ocurre a quien esto escribe, y a pesar de ser fiel amante de su consumo, no conoce gran cosa del asunto, tiene ahora la ocasión de acercarse a la cadena de su procesamiento: producción, cosecha, beneficiado, tueste, aprovechamiento de los desechos… y, claro, probar diversas fórmulas del acabado en un entorno en que hay otros varios motivos para la contemplación.

Uno de los pocos

volcanes activos

El ascenso, duro y empinado, va ofreciendo la belleza de las caras del paisaje, que recuerda en no pocos momentos al suizo. «A esta región le llaman la Suiza costarricense», me aclara un tico amable, con la natural amabilidad que forma parte del paisaje humano. Cuando llego al balcón desde el que se contempla el volcán, estamos a 2.574 m de altura. El último tramo, a pie. No olvide, por si acaso, chubasquero y una prendesita de abrigo. Cámara y prismáticos. Por supuesto.

El volcán Poás —1,3 km de diámetro, 300 m de profundidad— es uno de los pocos volcanes activos, tímidamente activos de Costa Rica. Tipo géiser, se divisa con facilidad la fumarola, si el día es limpio, y los humos del azufre. Me cuentan que la última erupción se registró en 2010, con una notable columna de agua y azufre como manifestación. El espectáculo es provocador por lo inaudito, aunque uno sabe bien que Centroamérica es una verdadera cuna de volcanes, con imágenes que testifican espectáculos reales. En este, en concreto, hay que añadir, en el orden legendario, el registro de sacrificios humanos en el cráter para aplacar al dios del volcán.

Muy cerca de este balcón, una cartela advierte la cercanía de una laguna: «Laguna Botos. Diámetro: 400 metros. Profundidad: 14 metros. Temperatura promedio del agua: 13-14º C. La laguna Botos es un cráter extinto, que está ocupado por agua de lluvia. Por esta razón y porque aún conserva vestigios de acidez debido a su origen volcánico, en ella solo se desarrollan algunos microorganismos y algas. Su nombre se debe a una tribu indígena llamada Botos que vivió en los alrededores del volcán». El color verde del agua es debido a la cantidad de ácido sulfúrico. Desde el volcán a la laguna, una hora aproximadamente de ida y vuelta, a pie, por una senda cuidada, abovedada con espectacular vegetación.

Una última anotación sobre esta zona, de notable producción de fresas. No deje de probarlas, acompañadas por alguna bebida típica que seguramente le ofrecerán.

El espectáculo de

la fauna y el agua

No está alejado nuestro siguiente y último destino de hoy, Los Jardines de la Paz. Así se llama —La Paz— el río que los ladea, con senderos que unen la orilla con el Refugio Nacional de Vida Silvestre y sus magníficas y sorprendentes instalaciones. Buen lugar para comer. Un paraje de síntesis.

Aunque necesitaríamos mucho tiempo para hacer un recorrido minucioso, no queda otra alternativa más que la selección. Mis recomendaciones tienen una doble dirección. La primera tiene que ver con la fauna, bien representado, me cuentan, el conjunto del país. Hay que subrayar que se trata de un refugio, lo que significa que algunos de los animales que vemos, especialmente aves, «han sido capturadas ilegalmente por cazadores, confiscadas por entidades gubernamentales o han sido donadas por sus dueños. Debido a que toda su vida han vivido en cautiverio, no cuentan con las herramientas necesarias para poder sobrevivir en la naturaleza por ellas mismas». Un recorrido en que poder contemplar y conocer aves exóticas y coloristas (tucanes, pavas, lapas rojas, semilleros, tangaras…), mariposas (más de veinte especies), monos (araña y carablanca), serpientes (treinta de las más hermosas y letales del país: Matabuey, Terciopelo, Lora, Bocaracá…), ranas de todo tipo, nocturnas y venenosas, el espectáculo del ritmo tímido y frenético de los colibríes: veintiséis especies del medio centenar que hay en el país. Tampoco faltan los felinos: ocelotes, cauceles, pumas, jaguares, tigrillos…

Con estas imágenes zumbándole en la retina seguramente, ha de dejar espacio para el espectáculo del agua. Es la segunda recomendación. El río La Paz tiene en este tramo cinco cascadas impresionantes que se pueden contemplar siguiendo una ruta muy ordenada y segura, bien señalizada y con senderos pavimentados a lo largo del Bosque Lluvioso que permite, a la vez, observar la diversidad de plantas. Cinco cataratas —El Templo, Magia Blanca, La Encantada, La Escondida y La Paz—, cada una con sus encantos, juegos de agua y curiosos efectos ópticos, con una promedio de caída de treinta y cinco o cuarenta metros, embraveciendo el caudal que se pierde en la corriente encajonada entre una naturaleza espectacular en un escenario inolvidable.

Si viaja solo, el regreso es buen momento para repasar la película, sin olvidar paisaje y carretera. Si lo hace acompañado, buen motivo para la conversación. No falta mucho para llegar a San José, la capital.

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