Diario de León

La recomendación de... Elías fernando rodríguez ferri, catedrático de biología animal y presidente de la academia de ciencias veterinarias

El Bernesga, capital viviente

jesús f. salvadores

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León

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Uno tiene querencias del Bernesga desde niño. La casa familiar, con huerta, lindaba con la orilla del río en el que todo resultaba atractivo, chopos, salgueras, alisos, zarzas, cerezos salvajes y, sobre todo, avellanos (por los que siempre tuve fascinación) en un soto ininterrumpido en el que uno gustaba imaginar las selvas tropicales del golfo de Bengala desde donde en cualquier momento podía aparecer Sandokan al frente de sus leales para dar buena cuenta de los malvados piratas malayos. Naturalmente, el escenario descrito era solamente, eso, figurantes y bambalinas para dar cobertura al auténtico protagonista, el río. Todavía niño, incluso mozalbete, las aguas del Bernesga bajaban tintadas de negro carbón arrastrando cantos rodados del noble mineral que cubre ahora sus etapas más difíciles. En aquellas aguas oscuras aprendimos los amigos a nadar (o algo parecido) en pozancos y remansos secuelas que dejaban las furiosas aguas de las crecidas de final de invierno, cuando se fundía la nieve de las cumbres de Pajares, Villamanín y la comarca entera de Gordón y las más próximas de la Robla, cuyos regatos alimentaban nuestro río. En aquel río de mi niñez, era todo nuestro, todo era mío, con un inmenso capital viviente, sobre todo cangrejos, ranas, barbos, pequeñas culebras acuáticas, algún que otro roedor y un sinfín de pájaros. Con qué nostalgia recuerdo aquellas noches de julio y agosto, con luna llena, con mi hermano y mi padre, pescando furtivamente cangrejos con reteles cebados con trozos malolientes de bazo de vaca, regalo del carnicero del pueblo. ¡Que conversaciones a la luz de la luna, neutralizando los picotazos de los mosquitos con el humo del cigarrillo celtas del padre!. La sorpresa de aquellos crustáceos, hoy prácticamente extinguidos, suponían un trofeo incomparable ante el resto de la familia. Y después, cuando comenzamos en serio los estudios, el río fue mi despacho y mi aula, y mi laboratorio en el buen tiempo, donde repasaba los apuntes y preparaba los exámenes, sin teléfonos móviles que importunaran la concentración ni más aperos que unos pocos libros y muchas hojas. Todavía recurría al río cuando ya licenciado preparaba oposiciones, buscando el silencio amortiguado por los trinos de los pájaros y la suave brisa que mecía las hojas de los árboles.

Ahora, el río es otra cosa, trae agua limpia y transparente donde se puede ver moverse pesadamente a los barbos y alguna que otra trucha, y sus márgenes canalizados en las proximidades de la capital invitan al paseo vestidos de atletas e incluso de domingo. El rio Bernesga forma desde siempre y lo sigue haciendo, parte de mi vida y ha sido compañero paciente de mis mejores y de mis peores momentos. Al río Bernesga le debo mucho sosiego y sus consejos callados. Siempre que lo necesité lo tuve, y ahí sigue.

Mi recomendación sirve para todos los bolsillos. A las economías que no aguantan demasiado esfuerzo, les vendrá bien un paseo reposado, sin prisa, desde el puente de los leones (o de la estación) subiendo por la margen derecha hasta el puente de San Juan de Dios y si las fuerzas aguantan hasta la pasarela que comunica el barrio de Espacio León con la zona residencial de Eras de Renueva, y regreso por la orilla contraria. Si uno es todavía joven y calza buen pie y mejores reservas, puede seguir al trote hasta el puente que une Azadinos y Carbajal de la Legua.

Incluso, para los más atrevidos y con más fondo atlético, puede superarse esta marca y llegar (eso sí, por peores caminos) hasta el puente de Carbajal. El itinerario se presta para llevar consigo compañeros amigos, bípedos o cuadrúpedos, a los que sin duda les vendrá bien la empresa y, de igual modo se puede optar por la bicicleta disfrutando del paisaje ?en cualquier época del año.

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