Diario de León

LUGARES FIGURADOS. LUIS CARNICERO, arquitecto y poeta

Recintos de curación

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Desde tu buhardilla en los Jesuitas de León, cursando Preu, contemplabas la ciudad en el horizonte apagado: las pestañas de ojos adolescentes son lamas que tamizan entre líneas el destino.

Lo recordaste antes de anoche, girando manivelas en una gran ventana de una planta alta del Hospital. Las torres de la Catedral, en la habitación, entre rendijas. Tú, mirando velarse al reloj. A todos lados, montañas veladas.

Y ayer, en noche opaca-nebulosa, volviendo a girar los parasoles, ya silencio, imaginaste la espesura como lamento. Metas borrosas. Borrosos pasillos. Candelas despiertas.

En estos tiempos de presencias efímeras, en que la intimidad no interioriza, sino que desparrama exteriores virtuales, notaste cómo se queda sin sentir el que no sabe -mínima-mente- conmoverse. Porque en ti brotaba el aliento de que, en aquellos largos pasillos, se encontraba sin artificios todo lo que es como tú, esperando y dando consuelos, reconfortando con pasión. Porque la curación es una fase más del habitar poético del hombre, y la desnudez su único patrimonio,

No se iban reflejos. Eternizada la luz que habitabas. En las moradas del bálsamo no se alcanzan mejorías de futuro sino es con prolongados presentes; con pequeños alivios; con vías y anhelos pautados que, a veces, se tarda en saber que reparan. Un familiar entrega el alma camino a un solo corazón. Se habla. Un joven acompaña a su abuelo en paseos infinitos, ambos colgados de globos que alimentan y sonrisas que guían. Narciso caminante que no precisa espejo.

Pues nada en el mal puede ocultarse, ya que el espacio de la dolencia es la misma piel sin cortezas, y la privacidad y la dignidad son todavía resguardadas por quienes se entregan -hombres, y tantas y tantas, mujeres- a aliviar el padecer con verdad, con ciencia, manos sabias: darse ardiendo.

Acaso por eso, cumplido su turno, sacrificios de noches… de días… previsto el programa, envueltas en gris, renovando en el callar su compasión y piedad -discretas- hacia la niebla se fueron.

Y ahora en calma recitas sus nombres.

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