Diario de León

El espíritu del callejón de hamel

Este rincón de La Habana continúa siendo un secreto insólito de la ciudad. Todo comenzó en el año 1990. El artista plástico Salvador González Escalona ayudado por los vecinos, decidió iniciar este proyecto que resalta la cultura africana y su presencia poliédrica y real en la cultura cubana

Reutilizando elementos supuestamente desechables, crea con ellos lo que se ha dado en llamar arte útil.

Reutilizando elementos supuestamente desechables, crea con ellos lo que se ha dado en llamar arte útil.

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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La Habana es un permanente aguacero de música y color. Quien no llega a comprender esta sensación es fácil que no la haya caminado sin rumbo, como hay que caminar ciertas ciudades al menos. El espíritu de La Habana está en la calle, especialmente en algunos callejones, con todo el sincretismo que anida en la manera de vivir de este pueblo. El Callejón de Hamel es un paradigma inevitable, a pesar de que muchos de los que visitan la ciudad no lleguen a conocerlo ni, por tanto, a conocer lo que en él se vive. No lo olvide. No lo olvidará. Seguro, a pesar de que el turismo masivo lo invade, lo distorsiona con frecuencia. Nada tiene que ver con aquel callejón que conocí hace muchos años, en la pureza inicial del proyecto. Pero sigue siendo atractivo este rincón de la guía secreta e insólita de la ciudad.

Uno de los máximos poetas cubanos de todos los tiempos, Nicolás Guillén, escribió el poema «Visita a un solar», en Cartas para soldados y sones para turistas, que acaba así: «- Turistas, quédense aquí, / que voy a hacerlos gozar; / turistas, quédense aquí, / que voy a hacerlos gozar, / cantándoles sones, sones / que no se pueden bailar». Y es que seguramente el turista llega sin ver y ve sin entrar en las formas de ser y sentir de un pueblo de tan especiales sensaciones. Aunque en este caso sí se pueda bailar, y cómo, el mensaje queda referido, sin duda, a esos espacios en que la negritud, en su más hondo sentido y proyección, tienen su cabida y manifestación. La Habana es, entre tantas cosas, una manifestación permanente de ese latir único afrocubano.

No deje de visitarlo. Domingo por la mañana, al mediodía mejor. En el Centro Habana, entre las calles Aramburu y Hospital, cerca de la Universidad –puede iniciar desde aquí el recorrido por la calle Neptuno (en ella tiene su sede la Colonia Leonesa)- y de los hoteles Habana Libre y Nacional. Cuando llegue, solo tiene que abrir los ojos y dejarse llevar.

Todo comenzó en el año 1990. El artista plástico –pintor, muralista, escultor- Salvador González Escalona, que vive en el Callejón –donde trabaja, día a día-, ayudado por los vecinos, decidió iniciar este proyecto que resalta la cultura africana y su presencia poliédrica y real en la cultura cubana. La filosofía de fondo radicaba en un concepto, tan moderno como práctico, cual es la transgresión del espacio urbano recuperándolo y transformándolo, planteamiento que, por supuesto, no es del gusto castrista, quizá no solo por las manifestaciones que se dan cita en el espacio, sino porque esta transgresión logra recuperar la identidad cubana de origen africano. Aquí nacerá precisamente el primer mural en la vía pública dedicado a esta cultura (21 de abril de 1990). De ahí el impacto que pueden producir al visitante estos versos, entre tantos otros por allí dispersos en la estética cálida del color, no estandarizada, versos en este caso del propio Salvador González cuya referencia raya las orillas de lo evidente: «Y vinieron con cantos que nadie conocía. / Cruzaron el mar con peces de madera. / Trajeron un secreto cubierto de sangre y tierra. / Cantaron, lloraron, plantaron…».

Este museo al aire libre lleva el nombre de uno de los primeros vecinos de la calle, Fernando Belleau Hamel, ciudadano norteamericano de origen franco-alemán que pasó así a ocupar un espacio en la historia de Cuba, cuando el barrio dio su nombre al Callejón, debido, sobre todo, a la generosidad del emigrante con los trabajadores bajo su mando. No es de extrañar que la razón última de este espacio tenga en el punto de mira a los niños, a los ancianos, a los obreros y los profesionales.

Si la obra de Salvador González Escalona, que se vende en un taller –hay que verlo- en el propio Callejón, ofrece como motivos temas de santería, Reglas de Palomonte, culto a Arará, Sociedad Secreta de Abacuá… -en general, relacionada siempre con las religiones populares de origen africano, principal fuente de su inspiración-, en el espacio común propiamente dicho trata de hacer arte útil, reutilizando aquellos elementos supuestamente desechables. Con ellos revitaliza una calle olvidada por el tiempo y la ciudad, crea un verdadero museo al aire libre en que barrio y arte se unen de forma profunda y armónica. «Sus esculturas –dejaron escrito Maite y Andrea, sin más datos- están hechas con bañeras, wc, relojes, sillas, trozos de tubería, ruedas de carro y bici, etc., todo reciclado, viejo e inservible para otra cosa… Media bañera se convierte en un banco de un paseo, una silla colgada en una pared a la altura de un tercer piso lo convierte en poesía. Los poemas, una discreta manifestación de desacuerdo. Un reloj que no funciona rige las horas del callejón que nunca duerme».

El Callejón se convierte así en una sucesión o conjunto de imágenes que impactan y desconciertan inicialmente al visitante. Máscaras rituales, bañeras voladoras que nacen de columnas de diversos colores, capiteles que rematan columnas estriadas, imágenes llenas de vida y color que trepan por las fachadas hasta sus remates, pájaros, gallos, hombres, mujeres y trozos de cielo atrapados en un muro, tubos troquelados que levantan la mirada en busca de nuevos horizontes… Hasta el busto de José Martí, «el apóstol» de la independencia, junto a la bandera de Cuba y textos poéticos de Versos sencillos que todos conocen de memoria: «Yo vengo de todas partes, / y hacia todas partes voy: / Arte soy entre las artes, / en los montes monte soy. /…/ Yo quiero, cuando me muera, / sin patria pero sin amo, / tener en mi losa un ramo / de flores –y una bandera!». Y hay flores sobre otra bañera azul de esperanza. Y hay hierros mecanizados por la imaginación, y palmeras que dan luz al quebranto, y rostros oscuros que iluminan la noche, y naves del olvido… Todo dispar, anacrónico, onírico… Por eso todo encaja en un contexto en que la belleza, singular e inexplicable, tiene su propia y única explicación, alargada en frases, sentencias, versos y personas.

Como nada está sometido al azar, o todo, el Callejón de Hamel es la armonía de la disparidad. Y eso se presenta difícil para la descripción. Es un mundo de sensaciones que solo permite, claro, sentir. Sentir. Tocar. Ver. Respirar.

En 1993 el Callejón tomó un nuevo rumbo. A partir de entonces se empiezan a realizar actividades sistemáticas de todo tipo. Antes había espectáculos y actuaciones musicales esporádicas, con agrupaciones notables y destacadas figuras. Ahora los beneficios sociales, en colaboración incluso con otros barrios, se diversifican en citas estables. Así el último viernes de cada mes se festeja la noche de la trova, la poesía y la música tradicional. Un sábado al mes la actividad busca el entretenimiento de los niños con payasos, marionetas y teatro infantil.

La verdadera cita que les propongo, sin que suponga exclusión, es el domingo a mediodía. Quizá no le sirva de nada que se lo cuente, porque hay que vivirlo, en vivo y en directo para que la expresión tenga toda la fuerza de la recomendación. Solo puedo decir que me fascinó cuantas veces acudí a la cita. A esa hora –durante varias- se ofrece un concierto en que el ritmo invade, llena y purifica el ambiente. Música afrocubana –alguien llamó al Callejón de Hamel el callejón de la esencia africana en Cuba-, con mucha gente que se mueve, que goza, que participa siguiendo los dictados de la espontaneidad, con ritmos que provocan, que incitan, que apasionan en su significado, que interiorizan sensaciones. Hay caras que lo reflejan todo. No puedo olvidarlas. Una de ellas, femenina y hermosa, quizá adivinando mi asombro, o mi incredulidad, o ambas cosas, que vaya usted a saber, me dijo con toda la dulzura del mundo bajada al Callejón: «Sometidos sí, pero no humillados, mi amigo». Y este amigo, cuando marchó, llevaba no sé si la cara de esta mujer en su cabeza, o la frase. O el Callejón. Son inseparables. En él caben todos los sentimientos. Ya me contará. De lo que estoy totalmente seguro es que este espacio es otro rostro oculto de esa ciudad hermosa e intensa, aunque tan maltratada por las durezas que la historia se empeña en escribir sobre la brisa del mar que la abraza.

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