Andarraso, un reto para la vista cenital
Cuando se pone un pie en Andarraso se sabe que no hay en León otra línea más corta para alcanzar lo que se pretende. Si no se ve desde aquí, es que no existe
Una de las principales razones para llegar a Andarraso es la perspectiva que regala una posición a más de mil cuatrocientos metros de altitud; gratis, total, para los ojos hambrientos del viajero que necesita descubrir qué hay más allá de la línea del horizonte repetido que salpica la rubiana de los atardeceres, rojizo invernal también en el despertar del día, revuelto de gris en el mediodía.
Ese horizonte ofrece otro escenario en Andarraso, que forma parte de uno de los lugares míticos de Omaña, míticos de León, por la posición privilegiada que tiene relacionarse con el cielo, espalda con espalda, mientras ahí, abajo, el resto del mundo pelea por sobrevivir. Hay un lugar en León refugiado del invierno entre el escarpizo de los montes sagrados de Omaña , en mitad de ese círculo mitológico que moldea los picos que rodean a la lomba, y que permiten al visitante un giro completo a su vida mientras repasa del pico de las Gallinas al Carbaín, el Zugarrón, La Collada, el Cueto Rosales, o el Teso de la Mayada y el Geijo; hay pocos recintos que no permita ver Andarraso, incluidos los espacios interiores que el viajero descubre a fuerza de ascender desde Riello, primero, desde Inicio, después, como en una alegoría del camino que uno se encuentra en la vida, con sus momentos de rampa, sus momentos de caída, que se superan con la ayuda del entorno que se queda al lado; así emerge y acompaña el paisaje en la senda a Andarraso, entre bosques densos que desnudaron las primeras heladas después de los Santos, y las urces que amenazan con el confeti blanco para celebrar otra invernada gloriosa, ajenas a la sacudida del ventorrón, que vendrá.
Seguro, el viento nunca le falla a Andarraso, para despejar las cuitas y aclarar ideas, hasta en los momentos de tiniebla que el anticiclón del adviento expande por vegas y valles bajos, y la planicie premesetaria que desde Andarraso se avista con la vocación de dominio de los condes sobre sus condados. Andarraso es una fábula creativa en mitad de la diversidad de la orografía leonesa.
Una etapa final de un trayecto a un territorio que es hábitat de grandes carnívoros y pequeños roedores, de música de final de la tarde de córvidos y campo de entrenamiento de vuelo para las grandes aves rapaces que abundan por los cielos de León.
A más de mil cuatrocientos metros de altitud, en invierno se hablan dos idiomas: el del viento, que ensordece, y el de la helada, que a duras penas logra desperezarse a mediodía, aunque acompaña la inversión térmica que convierte la llanura en un bosque de niebla y las crestas en altares privilegiados para el sol. El sol de invierno sale por Andarraso, que es un tejado a las cuatro aguas de León, a los cuatro puntos cardinales de esta tierra que a veces no se ve de tantos sitios que tiene para mirar; y recrearse. Allí, en Andarraso, se inspiraron los profetas de la doctrina de la nueva energía que salvaráal planeta como el hijo de Dios salvará al mundo, y por eso, el paisaje se deja completar con las aspas del rompe y rasga de las bobinas que convierten en vatios la misma brisa que minutos antes acarició al viajero las mejillas, en ese único espacio que conviene dejar al aire para que el rigor del cierzo no cruja la piel. Anadarraso se ofrece amable con el visitante, encajado en la orientación del mediodía del monte que lo protege del norte, y al lado del poniente turbina kilovatios hora por obra y gracia de la tecnología eólica y los molinos de viento. Hasta ese repertorio parece haber encajado en el entorno, aunque los urogallos no piensen lo mismo sobre el runrún que desencadena el giro del viento.
Hasta ese punto mágico de la provincia León llegaron las mejoras estructurales que la Diputación de León repartió en forma de dádivas para la igualdad de oportunidades del mundo rural leonés. Enclavada en un espacio exterior, una canasta revienta todos los límites de las metáforas que admite el realismo leonés. Una canasta en un lugar de altura, en mitad de un espacio indómito y montaraz; una canasta, como icono de la superación es un escenario en el que no se adivina el final, el límite. Un viaje a Andarraso da para replantearse la mayor parte de los moldes convencionales que se creían indiscutibles.