Diario de León

Ernesto Escapa

País de tenderos

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En el cenobio de Rozuela, peraltado sobre el Esla en Ardón, se escribió el primer texto en romance peninsular. Una anotación del gasto en quesos que el cillero apuntó en un pergamino reciclado como envoltorio. Desde el principio fuimos tenderos. Pasaron los siglos y la invención de un apócrifo literario, va ya para la cuarentena, sacó a Ardón del olvido, encajado entre la carretera y la cornisa fluvial. Fue Sabino Ordás, un exiliado cascarrabias que volvía a España para toser alto a los mandarines de una cultura extraviada.  

Detrás del apócrifo estaban los hoy académicos Luis Mateo Díez y José María Merino, haciendo orquesta con el también novelista Juan Pedro Aparicio. Su anfitrión era sardinero: Dámaso Santos. Como tantos otros pueblos del páramo que asoma al Esla, Ardón tiene al río como paisaje arbolado de sus miradores. Alcanzó fama por su monasterio medieval de los santos Justo y Pastor, donde se escribió el primer texto romance, anterior a las glosas de San Millán de la Cogolla. No era una oración, como la riojana, que sirvió a Dámaso Alonso para adobar su teoría sobre el espíritu de las lenguas.  

El texto, escrito en el reverso de un documento de donación regia al monasterio, es una ‘Nodicia de kesos’, donde el monje dispensero hace recuento detallado de los quesos consumidos entre los trabajadores de las viñas y con los agasajos del convento. Sin más mística. A estas alturas, ya nadie discute su autenticidad ni la primacía respecto a otros vagidos de las lenguas romanceadas. Pero el asiento de aquel monasterio leonés es ahora una granja que nada tiene que ver con el atractivo monumental del cenobio riojano de San Millán. Así que ni siquiera disfruta de una etapa del claudicado Camino de la Lengua. El monasterio se encuentra a dos kilómetros de Ardón, aupado sobre la terraza del Esla.  

Ardón fue pueblo con dos iglesias, dedicadas a San Miguel y a Santa María. De una se conserva la torre y de otra la nave. La torre de San Miguel se alza a la derecha del Reguero, junto a la travesía del puente. Ahora sirve como mástil del camposanto, que alberga a su sombra. Un arreglo reciente la dejó peripuesta, recuperando su planta cuadrada y su copa de ladrillo, con huecos campaniles.  

De las lujosas capillas y retablos que en su seno describió Madoz, no queda ni memoria. La otra iglesia es un navío rectangular de tapial alejado de su torre, que es medianeja y se alza sobre la cuesta de las bodegas. Una y otra vigilan el curso del Reguero paramés, que salva un puente neoclásico construido para el paso del Camino Real entre Benavente y León. Lo diseñó el arquitecto Diego Martínez en 1775 y soportó el tráfico rodado hasta mediado el siglo veinte. Ahora aguanta el pesado trasiego de las graveras.

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