Diario de León

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Murió Marie Laforêt. En media Europa hubo sentimento, pena lenta y vieja murmuración. Aquí le hicimos un sudario de silencio, estábamos sordos de ruido electoral. ¿Y quién coños era Laforêt?, dijeron tantos sin interesarles siquiera averiguarlo; les sobran glorias muertas y estábamos al bollo. Maldito noviembre.

Ojos de miel me parecían los suyos, miel marina, pero «yeux d’or», ojos de oro, la llamaban en Francia, su país del que se exilió en los 70 a Suiza, donde el día 2 le esperaba una muerte presentida, la sabía cerca en su radical lucidez porque sus 80 años le fueron intensamente vividos y, pese a todo, muy bien llevados con la hierática dignidad de quien tuvo y retuvo hasta el fin. Su perpetua postura entre distante y seductora la hizo siempre enigmática y poderosamente atractiva.

Muchos hombres se pirraron por ella, a cinco se los llevó al altar y a no pocos a la piltra (Giscard d’Estaign estuvo en esa fila). Su cara angulada era de una belleza fiera, pero serena y magnética; sonreía poco o nada como si fuera una musa del existencialismo trágico parisino. Todos los ladrones, los libertinos y los negados de tilín estábamos enamorados de la flaca Marie Laforêt, fortaleza femenina que echó a andar en la vida con una traumática violación a los tres años, niña Maïténa Marie Brigitte Douménach (el Laforêt fue de discográfica)... María cólera, María dulzura.

Daba igual no entender sus letras, bastaba dejarse mecer por su francés coqueto, amoroso o dramático (esa lengua es la ideal para el jadeo), y más por su timbre de voz limpia y directa sin más caprichos que algún falsete (aprende, Shakira) que acabamos viendo gracioso y necesario («no tengo voz, tengo un sello», dijo en su modestia). Pero también cantó no poco en español amén de sus grandes éxitos; los ritmos latinos le cautivaron (escucha El polo) y convirtió su Viens, viens en la mejor canción de colchón de toda la historia del pop. Cuarenta películas y cuarenta discos (pop, folk, rock) son todavía su rastro vivo. Visítala si no la conoces. Revisítala si añoras su gozo.

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