Diario de León

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El jueves, día 9 de enero de este año 2020, el papa Francisco dirigió su habitual discurso a los miembros del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede.

Al recordar su viaje a Panamá con motivo de la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, evoca a «los jóvenes de los cinco continentes, llenos de sueños y esperanzas, reunidos allí para rezar y reavivar el deseo y el compromiso de crear un mundo más humano».

Sin embargo, no pretende ignorar que muchos jóvenes y niños han sido víctimas de delitos gravísimos, en los que se ha violado su inocencia y su intimidad. Para tratar de evitar esa plaga será preciso investigar los abusos cometidos y asegurar la protección de los menores.

Además, según el Papa, es urgente unir los esfuerzos para promover una amplia alianza educativa. Con ella se tratará de formar personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contraposiciones y reconstruir el tejido de las relaciones para una humanidad más fraterna.

Se propone la constitución de una aldea de la educación. En ella hay que poner a la persona en el centro, favorecer la creatividad y la responsabilidad para unos proyectos de larga duración y formar personas disponibles para ponerse al servicio de la comunidad.

Es evidente que la educación no comienza ni termina en las aulas de la escuela o de la universidad. Por eso hay que respetar y reforzar el derecho primario de la familia a educar. Y hay que reconocer el derecho de las Iglesias y de los entes sociales a sostener y colaborar con las familias en la educación de los hijos.

No se puede olvidar que educar exige entrar en un diálogo sincero y leal con los jóvenes. Ante todo, ellos son quienes nos interpelan sobre la urgencia de promover esa solidaridad intergeneracional, que desgraciadamente ha desaparecido en los últimos años.

¿Por qué se ha perdido esa solidaridad? El Papa observa en muchas partes tres tendencias que pueden llegar a ser nefastas: 1. La tendencia de las personas a encerrarse en sí mismas. 2. La tendencia a proteger los derechos y los privilegios adquiridos. 3. La tendencia a concebir un mundo limitado que trata con indiferencia a los ancianos y no ofrece espacio a la vida naciente.

Según el Papa, el envejecimiento general de una parte de la población mundial, especialmente en Occidente, es la triste y emblemática representación de esas tendencias.

Así pues, no debemos olvidar que los jóvenes esperan la palabra y el ejemplo de los adultos. Pero, al mismo tiempo, hemos de tener bien presente que ellos tienen mucho que ofrecer a los adultos. Con su entusiasmo, su compromiso y su sed de verdad, los jóvenes nos recuerdan constantemente que la esperanza no es un sueño ni una utopía y que la paz es un bien siempre posible.

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