Diario de León

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Fulano es un batallitas, decimos de quien cuenta todo lo propio como si fuese el desembarco de Normandía. Cada vez que el abuelo Cebolleta trataba de contar las suyas su familia huía en estampida, incluido el loro. Luis López Varona (Astorga, 1968) no ha luchado en ninguna guerra, pero sabe mucho de la que provocó alrededor de 85 millones de muertes. Y lo cuenta con amenidad y rigor. Hoy presenta su libro, La Segunda Guerra Mundial y el Cine (Cult Book), a las 19.30 horas, en la sala Región, del ILC, en un acto organizado por la Biblioteca Regional. Debido a motivos profesionales, tengo muy reciente el visionado de las películas que selecciona. La suya es una obra sobre cine bélico, así como acerca de los diversos túneles que recorren el género, pero no belicista. Su discurso es triple: cinematográfico, histórico y ético. No se limita a fechas y sinopsis. Pese a tanta muerte y dolor, rebosa también vida y valores, consecuencia de años de paciente trabajo y reflexión. Me lo imagino de chaval silbando la música de La gran evasión, pero aún más conmovido por el ametrallamiento de los cabecillas británicos. López Varona sabe, ayer conversamos por teléfono, que en el corazón del combatiente la lucha sigue después de que el armisticio haya sido firmado. Pero no todos regresan, y muchos de quienes lo hacen son ya otro del que eran. En sus páginas, la guerra no aparece nunca banalizada. Cine, pero no espectáculo en su sentido peyorativo. Le pedí que me seleccionase tres películas. Estas son: Los mejores años de nuestra vida (1945), Objetivo Birmania (1945) y Almas en la hoguera (1949). Nada que objetar.

En 1989, publicó en este periódico una entrevista con Bette Davis, cuando esta estuvo San Sebastián. La loba fue combativa hasta el final. Pidió a la industria: «Vuelvan al cine de sentimientos». Quizá, los buenos sentimientos sean lo único que la guerra no logra devastar del todo, pese al horror.

Su libro ya está en mi mesilla. Y de repente me acordé de la pregunta desgarradora con la que concluía la película Waterloo , que vi con mi padre, gritada por un soldado, a los vivos y a los muertos, ya traspasada la delgada línea roja: «¿Por qué nos matamos si no nos conocemos?».

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