Diario de León

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Todos tenemos viejos objetos de los que nos negamos a prescindir, aunque su uso lo hayamos dejado reservado a la intimidad doméstica: unas zapatillas, la zamarra, el monedero…. les mostramos así gratitud por los servicios prestados. En definitiva, afecto. Si sentimos lealtad emocional hacia las cosas, cómo no sentirla hacia los mayores, que nos dieron la vida y con quienes nuestras deudas de amor nunca quedan saldadas, ni siquiera tras su muerte. En estos días de pandemia, muchos de ellos han quedado aislados en residencias, con el único cariño presencial de sanitarios, cuidadores y asistentes sociales, cuya labor debe ser aplaudida, independientemente de gestiones y conductas rechazables. He recibido una propuesta para sumarme a la petición de que la Real Academia quite de su diccionario estas características de vejez: «achaques, manías, actitudes propias de la edad de los viejos». Por supuesto, hay muchas más, también podrían citarse ternura, paciencia y saber. Una iniciativa, pues, bienintencionada… pero no la respaldo. Es tu propia utilización del término la que debes humanizar, si procede. Parte de la riqueza del lenguaje está en sus matices. Un pequeño cambio puede altearlo todo. Si un jefe dice de un empleado que es «vino viejo» lo ensalza, no así si dijera que «es más viejo que el vino». También, niño y joven tienen sus acepciones negativas: «no seas niño», «Fulano es demasiado joven»… esa es la maravilla del idioma. Cribe cada cual sus usos desdeñosos y dejemos a la Academia trabajar, que bastante tiene con debatir si pulpo es animal de compañía.

En la única residencia del Ayuntamiento de León no hay —de momento— afectados por coronavirus. ¡Bien! Pero los protocolos de seguridad han obligado a eliminar las actividades de ocio compartido, tan importantes. Un niño confinado que bosteza es una lata; un anciano aburrido, un drama. Ánimos y aplausos a quienes lo están dando todo por los mayores, desde lo público o lo privado. En este ámbito, la gestión eficaz se logra con medios, pero también con amor, la única palabra irrenunciable.

En cuanto a usted y a mí, lector, después de tres largas… ¿no cree que podemos empezar ya a tutearnos? Somos ya viejos amigos, que no amigos viejos.

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