Diario de León
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La única gracia que tiene este confinamiento está en la isla de La Graciosa. Que no tienen de esto. Lo vi ayer en las noticias. Pero están encerrados también. Y la claustrofobia no entiende de fronteras. Yo la tengo. Muy buena, además, y con cuanta más gente, más. Lo pensé el primer día. Nos precintan. Si estuviera en La Graciosa sentiría claustrofobia a nivel isla. Será algo exponencial, como la curva. Hay veces que no poder salir del Planeta también es un agobio. El caso es salir. A todo esto, podría haber un eslogan que fuera: de la claustrofobia también se sale... Para un claustrofóbico un poco enrevesado lo peor no es no poder salir, sino tener que estar. No querer estar donde no hay más remedio, une mucho y humaniza. «Vaya, ya me toqué una mano con la otra mano. Voy a lavármelas, porque solo me fio de la OMS». Y me colgó. Ya hablaremos de él. Estamos todos un poco desconcertados y somos un meme de nosotros mismos. Pensar está sobrevalorado, pero siempre que se dedique tiempo a pensar. Dedico mucho tiempo a pensar qué estarán pensando las autoridades. Antes de esto, a mi lo único que se me ocurría decir era que teníamos que adelantarnos a todas las medidas que se avecinaban para intentar por todos los medios no caer en manos de las autoridades. Pero no sabía que era demasiado tarde. O sí. Vi a una china de un chino pijo cómo me decía con mascarilla y buen acento madrileño algo así como agárrate que vienen curvas. No caí en la ironía de que este viaje era en bici estática, como la de un vecino de enfrente.

Yo creo que estos días pensar es mirar por la ventana. Todo somos James Stewart (ya quisiéramos), pero nada indiscretos porque mirar está permitido. Es más, se puede mirar al vecino con una mirada perdida y no estar loco. El otro día descubrí también que el gato de otro vecino ¡es un perro! Lo bajó a pasear. Y ahí superé la primera prueba: sé que no tengo el síndrome del vecino chivato. Y que me fijo poco. Así el día empezó bien. Se puede apuntar en un papel la rutina para que haya orden psicológico. Y se recomienda perder el papel porque lo mejor es el proceso de reconstrucción. O pasar la tarde buscando algo. Abrir la ventana por la mañana y que entre frío es lo primero mejor del día. Podría hacerse un top ten de las mejores cosas y esa sería una de ellas: el frío de León. Y como bonus track ayer llovía. Pensemos que fue un día perfecto.

El último que se podía tomar una caña vi a José de León asustadísimo, con un pañuelo cual jinete urbano y se temía lo peor. Pensé que se iba a quedar detrás de la puerta de su casa con una escoba esperando al virus para darle un castañazo como solo se dan en Carbajal de Fuentes. Pero no. Se ha puesto a pintar, a no parar, que es lo que hay que hacer. Y vi a Felipe Zapico, el torero, que, con cara triste, me dijo: «Hoy es de esos días que no me apetece nada ir para casa». Algo intuía. Y como todos, en casa estará. Contando un día más o un día menos. Que nunca sé que es mejor. Aunque creo que siempre es mejor una vida medio llena que medio vacía. Tampoco lo tengo claro: viví en Galicia. El caso es salir. Aunque sea con la memoria.

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