Diario de León

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La nueva vida que estrenamos con el verano no tiene nada de normalidad. Si acaso, el retorno de aquellas mañas que debían haber sido desterradas en estos meses de shock, caos y replanteamiento de casi todo lo fundamental. Pero no. Apenas comienzan a despertar del letargo los asuntos anestesiados por la pandemia, vuelven las usanzas conocidas.

No hay más que contemplar el resurgir de las mesas, pupitres y otros foros locales pendientes de retomar su corta vida, adormecida durante los meses críticos; sin menospreciar el gran escenario de la política nacional y sus aledaños. En el teatrillo de la cosa pública las mascarillas disimulan morros torcidos y lenguas fuera, pero ahí están. La necesaria declaración de intenciones generalizada de lustrosos pactos de reconstrucción, con el objetivo común de restañar las heridas y dejar aparcado el egoísta cortoplacismo, se muestra en cierto modo como la mueca de una patraña. Extendida, pero mentira. ¿Todo lo ocurrido ha sido en vano? No han cambiado, y no piensan hacerlo.

No es pesimismo. Hay dos evidencias: una, que la situación actual y sus consecuencias no admiten tomar la estupidez por bandera y exigen altura de miras; otra, que apenas se desempolvan asuntos forzosamente aplazados los pulsos internos vuelven por sus fueros, porque los intereses no han cambiado. Sí lo han hecho los discursos, que llaman al optimismo y a unir fuerzas, a la confianza y el esfuerzo. Pero a poco que se escarba, se ve que bajo las batas del Covid aletean las mismas batas de cola que taconeaban desde sus ombligos antes de que el mundo ya no fuera, presuntamente, el mismo.

Quienes salen del confinamiento buscando recuperar su trono no deben olvidar, sin embargo, que ahora no valen las mismas poses sin respuestas. Quizá nos demos el respiro de soñar en las noches de verano, pero llegará el otoño y con la caída de la hoja caerán también muchas vendas de los ojos. Y de las economías.

No vale que se mantenga imperturbable el mantra de que aquí no se va a dejar caer a nadie. Va siendo hora de poner sobre la mesa cómo se va a levantar a los damnificados. Una cosa es que no nos dejemos veancer por el desánimo y otra que no nos arremanguemos y pongamos manos a la obra cuanto antes. Cojamos aire. Vienen curvas.

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