Diario de León
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El esperado homenaje de Estado en el Palacio Real a las víctimas del coronavirus, en el que se rindió tributo también a quienes le hicieron frente durante la crisis —trabajadores de la sanidad que dejaron un terrible saldo en vidas (como en el caso paradigmático del médico leonés Antonio Gutiérrez, tan recordado); fuerzas de seguridad del Estado, voluntarios de distintas asociaciones, etcétera—, fue emotivo, solemne, parco y discreto, como corresponde a la expresión de un país aconfesional, y sólo hubo tres intervenciones: la del rey y las de dos personas vinculadas a las víctimas. Este es el tono correcto para este tipo de homenajes, que no son por supuesto incompatibles con las honras fúnebres religiosas que puedan tributarse desde las distintas confesiones. La mera confusión de una cosa con otra ofende a las víctimas, que nunca merecen ser discriminadas por sus ideas ni por su credo, y a los ciudadanos que tienen el derecho a verse reflejados en esos momentos y también a disfrutar de un Estado laico en el que todas las libertades, incluida la religiosa, alcancen su máxima plenitud.

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