Diario de León

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No es por dar ideas, pero si quisiera ocultarme o pasar desapercibido iría allí donde a nadie se le pueda ocurrir que estoy. Nunca me instalaría en el sofá de Cervantes, ni en la habitación de invitados de Jennifer López o en la de Trump, conocidos tan citados en esta columna. Según dicha lógica del lugar ilógico, a Puigdemont hay que buscarlo en los palcos del Real Madrid…a Kiko Rivera, en la Asociación de Amigos de la Castidad… a Godzilla, en el Festival de Salzburgo. O sea, donde a nadie se le ocurriría buscarlos. Pues con el rey emérito, lo mismo. ¿Ha mirado ya alguien en la sede de Ezquerra Republicana? «Escolta tu, aquest no s’assembla molt a Juan Carlos?», puede estar diciendo Rufián. Curiosidades aparte, lo primordial es que sabemos dónde se encuentra Felipe VI, quien está siendo sometido a una dificilísima prueba, como monarca y como hijo. En ambas obligaciones demuestra su gran entereza.

Personalmente, ni me uno al desprecio antimonárquico de algunos ni a la defensa furibunda de otros. Aplico la ley de la prudencia, aunque, por supuesto, percibo indicios muy preocupantes y que deben ser aclarados, por la credibilidad de la Corona. Lo vengo repitiendo aquí desde hace años: lo importante no es pasar a la Historia sino el motivo por el que pasas. ¿Dónde está don Juan Carlos? Ni idea. Por cierto, he vuelto a ver esa joya del humor llamada Con faldas y a lo loco, en la que Jack Lemmon y Tony Curtis interpretan a dos músicos que, para huir de gánsteres, se travisten e incorporan irreconocibles a una orquesta de señoritas. Normal, Marilyn Monroe tocaba allí el ukelele. Pero, como nadie es perfecto, los terminan encontrando. Las comedias tienen siempre finales felices. La Historia, a veces.

¿Dónde está el Rey emérito? No me preocupa tanto dónde sino el porqué. De acuerdo a dicha lógica del lugar ilógico, ¿se le ha buscado ya en el trastero del casoplón de Pablo Iglesias? «Pues ahora que lo dice, Aguirre, el otro día escuché maullar a mi gato y no tengo gato», dirá el vicepresidente. Pues eso.

Ya en serio: ojalá a Felipe VI pase con el sobrenombre de el bueno a los manuales de Historia, significará que sirvió sin servirse y que estuvo a la altura de tan difíciles circunstancias.

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