Diario de León

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Esta mañana me ha visitado una bandada de pájaros. Abrí la ventana para ventilar la habitación y las montañas del sur, veteadas de barrancos morados, emergieron al otro lado de un jardín de antracita, con las flores de ceniza y los setos de escoria. Apoyado en el alféizar, descubrí una balsa de limo negro y un río de carbón licuado. A pocos metros de mí, un hombre se tumbaba bajo un castaño y una mujer vagaba sin rumbo hasta sentarse en un mojón.

Un grupo de obreros en bicicleta esperaba en el paso a nivel a que terminara de cruzar un tren de vapor. Reposaban en vía muerta los vagones viejos y astillados. Y los depósitos de agua parecían taburetes de gigante. La locomotora comenzó a frenar. Distinguí un reloj verde con el cristal rajado en una de las paredes de la estación. Un hombre vendía bastones de caramelo en el andén. Y cuando el tren se detuvo por completo, un joven se bajó del convoy con una maleta pequeña cubierta con una funda de tela gris. Y no tenía mas de veinte años.

Cerré la ventana. Los pájaros desaparecieron, el humo blanco del tren se evaporó, como en un sueño, y dejé de ver la vieja estación de Ponferrada, la balsa de limo negro y el río de carbón licuado. También se desvanecieron los obreros en bicicleta, sorprendidos por un extraño sopor, los vagones astillados en vía muerta, el silbido del tren. Y el hombre de veinte años, con su maleta pequeña, tembló durante unos segundos, igual que un fantasma, antes de desaparecer.

Las cosas solo existen cuando alguien las cuenta, escribe Miguel Ángel Varela, el director del Teatro Bergidum. Y Ponferrada existe, añade, porque la creó César Gavela en novelas como El puente de Hierro.

César Gavela ya solo existe como narrador. La semana pasada cruzó uno de esos puentes que unen la orilla de la realidad y la orilla de la ficción de los que hablaba en sus artículos. Y nos dejó huérfanos.

Al escritor hay que dejarle en el mundo de los sueños, afirmó una vez Juan Rulfo, el creador de los fantasmas de Comala. La realidad no se puede contar tal como es, añadió. Y yo vuelvo a hojear las paginas de El Puente de Hierro . Comienzo a leer otra vez la novela. Hasta que un golpe de viento reabre la ventana y llena la habitación con el olor del carbón quemado.

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