Diario de León

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El rearme de una pandemia que alegremente habíamos dado poco menos que por superada, nos ha devuelto súbitamente a la pesadilla vivida la pasada primavera. Con una diferencia fundamental: a diferencia de entonces, en que manteníamos una actitud positiva y solidaria que nos invitaba a sacar lo mejor de nosotros mismos, ahora cunde un estado de cabreo social y de recelo colectivo ante esta fatalidad.

Aquel convencimiento de que de ésta ibamos a salir reforzados como sociedad se ha esfumado por completo. Del espíritu que nos llevó a aplaudir diariamente al personal sanitario no queda ni rastro (si quedara, tendríamos que salir de nuevo a ventanas y balcones para reconocer su abnegación, que en estos momentos sigue siendo tanta como entonces, con la desmoralización de no haberse visto compensado ni valorado por las administraciones).

Además de las víctimas directas que sigue cobrándose —en Castilla y León hemos sumado otros 350 muertos desde que salimos del estado de alarma— la pandemia está causando daños colaterales de cuya gravedad no estamos siendo muy conscientes. En primer lugar, están las disfunciones creadas sobre el propio sistema sanitario, comenzando por la des-atención primaria, de la que constituye un dramático ejemplo el caso de la ciudadana burgalesa que acaba de fallecer de un cáncer de colon sin haber logrado desde el pasado abril una sola cita presencial con su médico de cabecera. Y podemos cuantificar la demora en las listas de espera de las operaciones quirúrgicas, pero nunca sabremos cuantas pruebas diagnósticas no se realizan sencillamente por la práctica supresión de la atención presencial en los centros de salud.

Fuera ya del ámbito estrictamente sanitario, la pandemia ha envenenado la política y ha dejado arrinconados problemas estructurales absolutamente prioritarios. Lo era y lo tendría que seguir siendo en Castilla y León la sangría de la despoblación, problema completamente ignorado en el llamado pacto autonómico para la ‘reconstrucción’ firmado el pasado mes de junio (es más, ni la palabra «despoblación» ni el eufemismo ‘reto demográfico’ figuran en las 17 páginas de dicho documento).

Aparcada ha quedado la eterna asignatura pendiente de la Ordenación Territorial en el ámbito rural, y nadie se acuerda ya del Plan de Convergencia Interior y de su Fondo de Compensación diseñados en su día para paliar el enorme problema de los desequilibrios territoriales internos de esta comunidad autónoma. Todo ha quedado sepultado bajo la pandemia. Pero los problemas están ahí y, lejos de resolverlos, el tiempo no suele hacer otra cosa que agravarlos.

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