Diario de León

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El sueño de la reconversión del muy minero valle de Sabero en un lugar que abonar con subvenciones para alumbrar una nueva economía hace años que quedó en los panfletos, si acaso como una premonición de lo que ocurriría poco más de dos décadas después al resto de los enclaves carboneros de la provincia. Al margen de alguna brillante excepción emprendedora empeñada en profundizar sus raíces en la zona, y del ejemplo del Museo de la Minería cuyas riendas lleva con maestría Roberto Fernández, la realidad es que la cuenca fue vaciándose de población y esperanzas de futuro en poco tiempo. Sin llegar a los límites del León vaciado en otras comarcas, Sabero languidece poblacionalmente entre los esqueletos de un patrimonio que hace ya mucho tiempo que no es minero.

Y al no ser se vaciaron no sólo pozos, castilletes y bocaminas, sino también colegios e institutos. El de Sabero lleva tiempo desierto derivando a preocupante abandono. Ahora se le abre un futuro antagónico a su origen, pero con mejores perspectivas. El instituto que acogió a los adolescentes que despertaban en el valle de Sabero se convertirá en una residencia de mayores donde los saberenses podrán ser atendidos en la etapa final de sus vidas sin arrancarles de su entorno, como está ocurriendo hasta ahora.

Una iniciativa que analizar más allá de esta necesidad primordial de envejecer atendido en el lugar donde quieres quedarte. Porque abre los ojos a nuevos nichos de actividad, economía y empleo.

Si este León es un reino (también) para viejos, y lo será cada vez más, qué sentido tiene ponerse las orejeras para mirar sólo en la dirección de descubrir la rueda que atraiga a la juventud y las iniciativas rompedoras. Una dirección a la que no se puede renunciar jamás y en la que hay que incidir, desde luego. Pero con amplitud de miras. Subiéndose también al carro de las necesidades y, por tanto, del negocio de la vejez.

Y aquí hay que sacudirse estereotipos y pelear también por la sostenibilidad. El negocio no está reñido con la honestidad, la rentabilidad no implica engaño o explotación. Somos cada vez más mayores, en cantidad y en longevidad. Tenemos necesidades y apetencias crecientes, pero economías domésticas no tan boyantes. Responder a estas necesidades desde la accesibilidad es el gran nicho de negocio de la provincia. Volverle la espalda, una estupidez económica y un desprecio a los mayores éticamente intolerable.

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