Diario de León

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A partir de cierta edad dejas ya de guardar, ni siquiera las apariencias. ¿Las Mil y una Noches? Mejor tres, pero selectas. Y así, con todo. La semana pasada les contaba que al devolverme unos amigos cientos de viejas columnas, que me han tenido años guardadas en su trastero, me he impuesto reducirlas a un montoncico. Pensé que sería más fácil, pero cada vez que rompo alguna siento que me estoy asestando una puñalada trapera. Y las primeras las soporté sin parpadear, pues soy de buena encarnadura, pero ya empiezo a notar tanta pérdida de tinta. Intuyo que autodestruirme me llevará algo más de tiempo. No por ser buenas, sino por mías. Me llamó la atención el título de una: «¡Oh, las mujeres!». Recortada sin fechar, calculo que es de 1988. Hube de escribirla de soltero, pues ya casado su título habría sido «¡Oh, mi mujer!».

Me recuerdo —sin añoranza— en aquel humor gamberro, de antes de la treintena. ¿Sería hoy tildado de columnista machista? Quizá. Jamás he buscado lo políticamente correcto, ni la provocación calculada. Escribía en aquel Al Trasluz: «Después de haber conquistado a 30 marías, 27 manuelas, 22 federicas, 18 engracias, 15 clotides, 11 lolas, 110 eleuterias, 9 ramonas, 8 ataulfas, 5 ubaldas y dos elenas y media, después de tan digno currículum puedo asegurar y aseguro que no entiendo a las mujeres». Ah, pardillo. Entiende a una y habrás entendido lo esencial.

Además de errores contables, aquella guasa surrealista contenía machismo, sin bien no de forma consciente o malintencionada. Me lo curaron la edad y el amor. Finalizaba así: «Y ahora perdone el lector que termine aquí la columna. Tengo una cita importante. Con una mujer, por supuesto, ¡no va a ser con un señor con bigote!». Vaya, ¿y por qué no? Cuestión de gustos. Duchamp le pintó mostacho a la Gioconda. La influencia en mí del cine de Antonio Ozores no daba para más.

Me topo en la calle con Fernando Aller, exdirector de este periódico. Me aconseja: «No las tires tú, ya la harán otros». Asentí, pero luego me dije al contemplar tantas, cientos: «Si no lo hago, cuando falte me reprocharán los herederos, ¿no pudiste dejar unos pozos de petróleo en Texas, como todo el mundo?». Y sigo rompiéndome. Tirando y tirando.

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