Diario de León

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Ha pasado aproximadamente una década desde que el ministro Montoro intentó poner orden en las cuentas de las administraciones españolas. En pleno tsunami de aquella virulenta crisis de 2007, buscó cumplir con los requisitos que imponía Europa para controlar el gasto y dejar el déficit en niveles de «estabilidad». Pero eso le supuso en muchos casos meter la mano en el avispero. En estas tierras, fue muy sonado aquello de pedir a las juntas vecinales que presentasen las cuentas si querían seguir vivas. La hemeroteca recoge todo tipo de respuestas en lo que se consideraba, como mínimo, un ataque a la Democracia. Tal cual ocurre en casi todos los asuntos, el tiempo acaba por poner las cosas en su sitio y demuestra que una mentira lo seguirá siendo de manera perpetua por mucho que se repita o se intente blanquear.

Entonces, hubo literalmente carreras, y gracias al apoyo de la Diputación, se consiguió que las pedanías desempolvasen sus cuadernillos de contabilidad y realizasen, con el asesoramiento, auténtica ingeniería financiera para que no acabase más de uno entre rejas.

Pero de aquel apretón poco ha quedado. Las cosas se han vuelto a relajar y en esos organismos —que son para muchos la auténtica pureza de la gestión limpia— menos de la mitad no rinden cuentas como exige la ley. Y por qué no decirlo, la decencia democrática.

Seis de cada diez juntas vecinales no han presentando sus facturas y aclarado sus fuentes de ingresos cuando se cerró ya el plazo legal. La cosa es mucho más seria de lo que parece, si se tiene en cuenta que aparcada la página del romanticismo de los concejos —que en otros tiempos fueron tan relevantes— se trata de unas pequeñas administraciones que mueven en muchos casos intereses millonarios en forma de explotación de bosques, ríos, actividad cinegética, canteras y un sinfín de aprovechamientos de los espacios que son colectivos.

Hay, es importante resaltarlo, muchas juntas vecinales que realizan una labor impagable para mejorar la vida de sus vecinos. Y que mantienen vivos los pueblos en el día a día. Pero hay también otro listado paralelo marcado, en demasiadas ocasiones, por las tiranías teledirigidas desde la distancia de las urbes, que también muestran otro esquema fijo a lo largo de la tradición política española: el caciquismo.

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