Diario de León

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Volvió el corrillo el tema de las reliquias al seguir siendo filón y despipote, gran literatura fantástica. Hace unos años el Vaticano dictó nuevas y severas reglas para atajar el mercadeo de reliquias y la fabulación bendita (a buenas horas, Mangas Santas), lucrativo negocio que ayudó hace quinientos años al cisma luterano alejando de la Roma católica a media Europa. Pero aquí sigue su comercio. Algún creyente se escandaliza y el no creyente se burla batiendo mandíbula al ver crecer el mercadillo de reliquias, relicarios y portentos. En la plataforma E-bay de subastas digitales llegó a ofrecerse por tres mil dólares un relicario italiano que contenía una pequeña ampolla con «leche de la Virgen María»; si en su tiempo hubo quien lo creyó y adoró, siempre habrá quien compre hoy el frasquito del milagro como imán de limosnas o talismán de turistas, que por ahí van los tiros, los mirlos... y los griales. Y a más absurda la reliquia, más admirada y milagrosa. Volvió a citar Peláez algunas: la cola de la pollina que Jesús montó el día de Ramos... un pañal del Niño Jesús y pajas del pesebre... 13 lenjetas de la Última Cena y el salero... alguna moneda que cobró Judas (hasta 460 hay en distintas iglesias)... el propio Vaticano tiene la silla de Jesús en la Última Cena (¿?... el judío comía reclinado o en el suelo, no hubo mesa) y también un frasco con un estornudo del Espíritu Santo (¡!), de quien también se conserva en la catedral alemana de Mainz una pluma y ¡un huevo! de cuando hizo de paloma... o el prepucio del Niño Jesús de los que hay 17 y alguno muy eficaz contra la esterilidad de alguna reina o hecho anillo en un dedo de la Magdalena que tenían aquí las franciscanas de Grajal... o la mandíbula del Bautista (hay hasta tres) y el trozo de la encina que ardió cuando Isaac iba a sacrificar a Jacob, conservados aquí en San Isidoro, tan cerquita del Grial (León, ¡viva la Magia!)... La Iglesia reconoce la falsedad de mucha reliquia, pero ¿para qué impedir su devoción popular?... mejor no hacer nada y tolerar el efecto placebo que sin duda producen en las almas cándidas... y generosas. Eso.

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