Diario de León

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De los hombres arruinados por mujeres demasiado rápidas y por trenes demasiado lentos; de las disculpas perdidas, una tras otra, que derribaron las vidas igual que las fachadas vistas de las casas, ladrillo a ladrillo; de las batallas que se ganan sin necesidad de derrotar a nadie; de la paz sostenida por la perspectiva descorazonadora de la guerra; de la revolución de los granos y la pubertad que nos sorprendió débiles y blandos y nos obligó a hacer concesiones; del bautizo en la pila del ron, el ron para las bacanales, el güisqui para el dinero y el tequila para la introspectiva y ahorrar en la factura del psiquiatra; de las horas muertas en el Lemmy, cuando la primavera se adivinaba a un poco más allá de la Candamia; de los escándalos inevitables de los que quisieron cambiar las cosas en una revolución que no atañía a nadie; del vínculo de las familias escogidas a capricho; de los ciegos que tienen la suerte de descubrir al elefante por tocar la trompa de enfrente; al león, por la garra, al ratón, por la cola; y otra ronda, y otra birra con alma de pinta tan bien tirada que deja escurrir por las paredes del vaso los recuerdos que se creían perdidos hasta que el trasluz de la espuma aclara la situación, de ese rayo del sol que sale por la noche en los garitos; de que ganar nunca es tan bueno como malo es perder; de las mordidas perdidas por pagar la certeza de que las cosas iban a ir a mejor; de que la religión es mejor que la fe; de la doctrina del riesgo que alimenta la esperanza de mantenerse joven; de la idea fascinante de poder morir dos veces; de la nobleza, pese a la pobreza; del rumor de la calle en silencio; de la obsesión de los sueños despiertos; de las barras de los bares que son el non plus ultra de las aspiraciones; de los castillos de arena que arrasó la marea; del peligro de los verdaderos creyentes; de la compasión indigna; de los hombres que se resisten a contar sus problemas a las camareras; del tiempo dedicado a cavar la tumba; de la sombra mañanera que se impone; de la sombra de la tarde, que te pisa los talones; de los que tratan de bajar del mundo cada vez que alguien se sube a él; de líneas conectadas al punto de fuga del deseo; de los vicios con castigo; del azul de febrero, que es el más caro de todos los pigmentos.

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