Diario de León

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Volvió a conmover el recuerdo de Álvarez de Paz cuando el viernes sus cenizas sembraron la paz que nutre la tierra en su Noceda y Bierzo alto. Dos años hace ya que se fue dejando un vacío y una gran talla para la que no hay par a la vista; ni lo hubo en su entonces. Y todo fue anteayer montaña de honores resucitando su memoria y ejemplo y con la voz de Amancio Prada reavivando su verbo escrito. Todos se hicieron escalera de elogios, desde su izquierdina natural a la derechona con la que pugnó sin sangre porque de su palabra no hacía lanza o cuchillo (ahí quedan las alabanzas sinceras de un leal adversario, Fernando Suárez), sino mano abierta a lo razonable y a lo razonado, pues su inteligencia y su ética eran así de exigentes. ¿Quién podría decir nada malo o reprochable de ese gran Pepe que entendió la política como un cierto sacerdocio y servicio, sacerdocio que la carcundia eclesiástica no le dejó en su día ejercer como cura de veras comprometido con la fe y con el pueblo y que, renunciando a la sotana, encontró al poco en el ideario socialista?, que de ahí le venía su inquebrantable integridad, la del cristiano comunitarista y pensante... y su honradez a prueba de tentaciones, esas tan seductoras y golosas de las que está empedrado el camino del político a su gloria... o a su infierno. Digamos, en fin, que su estilo, por poco frecuente, era raro y deseable; y eso le hace aún más añorado en tiempos de políticos mediocres, planos o vociferantes. Certificó ese estilo cuando al poco de estrenarse como eurodiputado me confesó sentirse abrumado y culpabilizado por los elevados emolumentos de este cargo, además de fondos para gastos, aviones, oficina, ayudantes... y economato, como el de los guardias de antes. Le parecía excesivo, innecesario, y en nadie más en todas estas décadas volví a oír esta reflexión. Y no será que no mereciera Pepe esta soldada por todo el empeño, tiempo y trabajo con que siempre presentó su hoja de servicios en los sucesivos cargos que desempeñó sin tacha. Pocas veces tiene uno ante sí hombres tan admirables como él.

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