Diario de León

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Cambias las boinas y las suecas por las tapas y los apartamentos turísticos, y casi te sale la ecuación del clásico del cine. El turismo se ha perfilado en los últimos años como el gran invento de la ciudad sin industria y con un comercio herido. Se pasean los ricos potenciales locales por las ferias de todo pelo como llevaba Martínez Soria la cesta de los pollos a Madrid o la camisa de palmeras a playa, pero a la gallina de los huevos de oro le falta engranaje institucional (difícil cuando las administraciones recelan más que hablarse) y sobre todo un modelo que encaje con la ciudad y sus habitantes.

El informe que esta semana publicó Exceltur sobre los principales destinos urbanos, un ránking en el que está León, aunque sea en la cola, no sólo es esclarecedor sobre el espejismo de lo conseguido hasta ahora, sino que pone sobre la mesa el debate que debió abrirse hace tiempo para evitar las distorsiones actuales de un sector que sigue olfateando (más por instinto que por análisis) en lo contante y sonante pero ignora el encaje con lo que le rodea.

Ya no se trata sólo de traer turistas, advierten los expertos. La cuestión es convertir el tránsito en valor añadido, de verdad, y en buscar el equilibrio con la sociedad en la que se desenvuelve. Y ahí queda mucho por hacer.

El turismo no sólo es un negocio, tiene que «metabolizarse» con la ciudad y con sus vecinos. Transformarse en impacto económico que beneficie al conjunto. Y sobre todo preservar el entorno que le acoge. Y no ha sido así. No es un mal que afecte sólo a León, pero basta con observar el casco histórico y las calles céntricas de la capital para darse cuenta de que se han volcado en dar servicio a los de fuera, apenas dos días por semana, y han olvidado a los de dentro. Ya quedan muy pocos leoneses sobreviviendo en los resquicios que el descontrolado negocio de las viviendas de uso turístico no ha fagocitado, y habitan entre semana un espacio fantasma de ocio a tiempo parcial en el que otra vida resulta ya casi imposible. Y no hay proyecto de ciudad que lo evalúe, mucho menos que lo controle o prevea.

¿Para qué? La ciudad sigue haciendo aguas en la imprescindible promoción, carece de una oferta de ocio diferenciada, no consigue hacer despegar su turismo de negocios y apalanca en los viejos puntales del patrimonio su propuesta inamovible. Y en la gastronomía. Ojo ahí también. Las cadenas y las modas han arrinconado a los pucheros tradicionales. Son ya otra especie en vías de extinción. Una lástima.

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