Diario de León

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Prevención sí. Vigilancia también. Medios por supuesto. Investigación, que la hay. ¿Castigo? Desde luego no suficiente, visto que no tiene resultado disuasorio. Previsiones antes, todas las posibles; durante, las necesarias (nunca son suficientes); pero después mano dura y medidas ejemplarizantes que impidan a quienes provocan el fuego beneficiarse de los resultados de su aberración. Y ahí no se está actuando, quizá en el único punto en el que dolería no a los pirómanos, que la mayoría no lo son, sino a los delincuentes sin más.

Lo que está ocurriendo en Asturias, como sucede cada año por toda la península, ha de tener duras consecuencias penales. Será la única forma de frenar en lo posible lo que el presidente del Principado califica, no sin razón, de terrorismo. Los datos judiciales son claros: más del 80% de los incendios forestales son provocados, y no por despistes en su mayoría. Pero sólo en un 17% de los casos se logra identificar a los autores. En un porcentaje irrisorio se llega a la condena.

La mal entendida cultura del silencio en los pueblos protege a los autores. Y es prácticamente imposible demostrar, y en consecuencia actuar con contundencia, la culpabilidad. El reciente juicio celebrado en la Audiencia Provincial de León sobre el terrible incendio de La Cabrera es buen ejemplo de ello.

En Asturias, lo dicen los datos, cuando se necesitan pastos se multiplican los incendios, que luego amainan un par de años hasta que los matojos amenazan con ganar terreno de nuevo. No se trata de criminalizar a ningún sector, tampoco al maderero o a los intereses urbanísticos, pero hay que centrar el foco. Existen evidencias incontestables. Y las señales de humo se aprecian ya desde los satélites a miles de kilómetros. También se salpican de manera muy explicable los focos, aprovechan el vendaval y calculan que hoy llegarán las lluvias. Como los investigadores no son tontos, sabrán que si ven una colilla es que alguien ha fumado.

A falta de medios más eficaces para enchironar a los vándalos, desde luego sería eficiente, como se ha hecho en algunas ocasiones, prohibir el aprovechamiento del cuerpo del delito. Lo que arde no se toca. Ello no repara el medio ambiente ni las pérdidas materiales y en recursos, Dios quiera que no en daños humanos, pero por lo menos arrebatará el botín a los desaprensivos. Lo que de verdad huele a chamusquina es la falta de contundencia.

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