Diario de León

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No sé por qué siguen empeñándose en celebrarle a Cervantes su óbito el 23 de abril organizando lecturas ininterrumpidas del Quijote con una sucesión de voces y apuntándose ahí encantados políticos locales, escritores locales, aspirantes a políticos locales y aspirantes a escritores universales, algo que nació hace veintitantos años para hacerse moda y que ya no hay dios que dé por agotada la ocurrencia y se avenga a otra idea más pertinente a la talla de don Miguel de C. Saavedra y por la gloria de su madre. Aquí sigue la matraca.

Y si ya es difícil leer con ritmo el Quijote por su prosa de pelo barroco y tanta palabra o giros que se hacen ininteligibles hoy, escucharle es aún peor si el relato viene de la voz trompicona de un escolar, de una concejala lila sin lírica en la boca, de un seise cofrade que pone tonos de púlpito, de un coronel con aires cuarteleros o de un profesor pasado de énfasis, todo ello entreverado por una hilera de anónimos y osados que con su recitado tropezado (estilo prima leyendo epístola en una boda) invitan a cabecear o a mirar al techo por si hay ángeles que nos distraigan de esas trabucadas lecturas en voz alta... alta o baja o tiesa o ronca o de pito, una tras otra leyendo a trozos la gran peripecia del Ingenioso Hidalgo. Es como hacer una tapia con ladrillos todos distintos. Y esa no puede ser la mejor idea para mover a la gente a leer el Quijote; así no hay modo de entrar en el asunto que el autor logró describir con una riqueza literaria y humana insuperable en intenciones, en matices, en quiebros y en buen humor rebozado de ingenio o de astucia galana para esquivar censores y curas metomentodo. Además, en estas lecturas ortopédicas y así enladrilladas jamás podrá escucharse toda la música que resuena en ese texto, mucha música... Cervantes sabía que sus lectores lo eran más de oreja que de ojo, escuchantes más que leyentes, así se «leía» en el Siglo de Oro... de modo que si el que lo lee en voz alta desafina en esa bella y melódica letra es como si nos tocaran a Mozart con la corneta de un alguacil... y no es modo.

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