Carmen Mallo

La envidia es la mayor fábrica de tiñosos de España, pero en León pasa como en Sevilla, que tiene un color especial. Eduardo Morán, sin ir más lejos, lleva con la pátina amarilla desde que en 2011 dijo que se iba de la vida política tras la ‘reyerta’ entre el finado Canedo y el concejal de IU, Marcos Cubelos. Ahora, viaja a Roma —oye, muy bien— a recibir el premio que la FAO otorga a las montañas de León. Después se reunió —glups— con funcionarios con los que hablar de León. Esto del principio no es más que la anécdota para contar la categoría. La anécdota es que en cuatro años no se ha hecho nada por la montaña de León, aunque sí, se ha permitido que se esquilmen sus recursos hídricos sin que él o alguno de los suyos dijeran ‘esta boca es mía’,  this mouth is mine, questa bocca è mia.

Tampoco piden el turno de palabra cuando cada año los asturianos colonizan Babia, los gallegos tratan de quedarse con la marca Ancares o después de que se prometa un clúster agroalimentario en El Bierzo que nunca lo será, y así tantos ejemplos como quieran ponerle, que ya saben que los regadíos se van siempre hacía el mismo lugar, que no es el que piensan, que hay veces que hay que deslizarse un poco más allá, hacia la margen izquierda del Porma, sí, allí mismito. Pero esa es otra historia.

El caso es que no he visto en las fotos más que a Morán, pero hubo más alcaldes implicados en la declaración del Sistema Importante de Patrimonio Agrícola Mundial. Es el caso de Carmen Mallo, alcaldesa de Murias, toda la vida al frente de sus paisanos y que ahora hace lo que no saben cumplir los que cobran por ello. Ahí está, retocada por el jurado del VAR, igual que hacía Stalin con los que había liquidado la tarde anterior. Carmen Mallo es la categoría de esta columna porque ahora que el PSOE acaba de aprobar que las mujeres tienen que estar en un 40% de los puestos directivos, el partido se permite esquinar a las políticas que durante decenios han trabajado por la defensa del territorio. La tiña.