Diario de León

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¿Cómo puede un líder salir a campo abierto y no movilizar al mismo tiempo a quien vota en su contra? Esa es la pregunta del millón que se hacen estos días los estrategas monclovitas. Una diabólica encrucijada en la que está inmerso Pedro Sánchez, que comprueba cómo el rechazo a su imagen está incrustado en la opinión pública. El candidato del PSOE es consciente de ello. Su problema es que, mientras dedica sus energías a combatir a Alberto Núñez Feijóo, está obligado a mirar de reojo a su propio electorado o, al menos, a la parte del mismo que se quedó en casa el 28M. Ese ejercicio y la obligación de rectificarse o de reinventar su mandato hace que sus mensajes generen la convicción de que Sánchez actúa arrastrado por sus intereses particulares.

Porque el todavía presidente tiene identificado el «antisanchismo» como su gran lastre. Y no encuentra el camino para neutralizarlo. El nivel de contestación entre los españoles es muy alto. Aún existen entre su cercano círculo de colaboradores quienes se preguntan de dónde viene tanta hostilidad a la figura presidencial. No lo entienden, aunque lo asumen. Y ya puede Sánchez vender que la economía va como una moto, que para los españoles, sobre todo aquellos que a duras penas llegan a fin de mes, su discurso es una pura invención. Tanto el Gobierno como el PSOE aparecen lastrados por la trayectoria de Sánchez.

Las siglas han ido desfigurándose a lo largo de la legislatura. Los cuadros del partido, incluidos ministros y líderes territoriales, lo ven negro y cargan la responsabilidad de su desgracia en el debe de Sánchez. Una parte lo achaca a su arrogancia, que le impide escuchar a quienes lo colocan en la tierra. Las municipales y autonómicas las perdieron los candidatos, pero fueron sobre todo un voto de castigo contra su forma de gobernar. Contra sus pactos, por dar la mano a aquellos que desean acabar con la Constitución y con la España que conocemos, haciéndolo, además, con un frentismo incompatible con un pueblo español mayoritariamente cordial.

Al presidente del Gobierno no le gusta el ruido interno, pero se ve obligado a convivir con él en cuanto se da la vuelta. Porque nadie le puede toser en el abatido PSOE. Nadie. Sin embargo, la ola de desencanto en su organización se hace mayor cada día que pasa: «La gente ya se parte cuando nos escucha». Hoy, naturalmente, se está a la espera de la sentencia electoral. Aunque desde Ferraz avisan: «Las urnas no irán tan mal como algunos dibujan».

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