Diario de León

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Hace unas semanas, en Vegacervera, me contaban a la puerta de la casa concejo, ahora convertida en biblioteca del pueblo, que el último concejo se había celebrado hacía 26 años y que el motivo era decidir si cedían el agua de una fuente a Matallana de Torío. Votaron que sí. Había agua suficiente para todos. Quienes tomaron parte en aquel concejo se tienen que sentir orgullosos por la decisión. Y quizá un poco tristes porque hoy en día, del concejo apenas queda rastro.

Yo nunca participé en un concejo. Pero no olvidaré la primera vez que voté. Tenía 17 años. Sí, puedo decirlo sin miedo a que nadie impugne las elecciones porque fue un voto legal. Era octubre de 1982 y aún iba al instituto. Si todo iba bien, sería mi último año en aquellas aulas del García Bellido. Después del 23-F, la algarada golpista que nos tuvo en vilo durante una larga noche de febrero, el Gobierno de la UCD no logró estabilizarse y se adelantaron las elecciones. Tocaban en marzo de 1983.

La profesora de Historia nos contó en clase que quienes cumpliéramos la mayoría de edad antes de ese mes podríamos votar. Estábamos en el censo electoral. Y así fue. Acudí a la mesa electoral de La Virgen del Camino con miedo a que me echaran atrás. Pero, no. Mi voto pasó el filtro y cruzó la ranura de la urna. Tal vez por ello no entiendo que muchos jóvenes no tengan ni curiosidad por ejercitar un derecho tan fundamental. Asumir la pequeña y gran responsabilidad de tomar parte en el futuro gobierno del país.

Nunca he dejado de votar ni creo que deje de hacerlo por mucho desencanto que acumule en mis expectativas como ciudadana. El voto es una herramienta que, si dejas de usarla, puede volverse en tu contra. No soy de las personas que creen que la democracia se limita a acudir cada cuatro años a las urnas. Mantenerla viva y ensancharla supone mirar más allá. Hay que involucrarse en las luchas cotidianas, participar en la sociedad, informarse, no mirar para otro lado ante los desastres cercanos o lejanos... Tejer comunidad y concejo.

Respeto demasiado y admiro hasta el infinito las luchas por los derechos humanos y cívicos como para menospreciar uno de los más peleados por las mujeres. Ni siquiera al saber que en 1914 las sufragistas británicas, con Emmeline Pankhurst a la cabeza, se echaron a un lado por la guerra mundial. Y eran pacifistas. Las mujeres tomaron las fábricas y cuatro años después el voto.

Para rebeldes de ocasión ya tenemos a la ultraderecha que se ha apropiado del lenguaje de la protesta y quiere apropiarse del poder para recortar derechos. Pero lo rebelde es exigir más democracia, más derechos humanos, que son también los derechos de las mujeres, más justicia social y más cuidado con el planeta. Y eso también se vota hoy.

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