Diario de León

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Expliquémoslo con un símil. Usted, recio lector, recibe una llamada comunicándole que su soneto «De pelo en pecho» ha ganado el primer premio de poesía: 20 euros y llavero. Qué satisfacción, se dice. La entrega será en presencia de las máximas autoridades. Llegado el día, se persona con familiares y amigos. El salón a rebosar. Emoción. Sube al estrado y se lo entrega una señora que podía ser su madre. Nada que objetar, lo importante es llegar. Entonces, tras recibir cheque y llavero, ella le estruja sin dejar que corra el aire, después le agarra la cabeza con sus manos y le atiza un pico. Usted vuelve atónito hacia su asiento. Pero no queda ahí la cosa. Durante el vino español, ella le carga sobre los hombros y, tal bomba de butano, le pasea así por el salón. ¿Le parecería bochornoso, patético y grosero, no? Su hombría por los suelos. Pues algo similar hubo de sentir Jenni Hermoso, pero ante más público. Al menos, la señora del símil no se agarró sus partes. Sigo sin considerar «violencia sexual» el acto de Rubiales, pero es mera cuestión de terminología; se la parece tanto que es una de las raíces de la misma. Ya solo este gesto soez de agarrarse los testículos en público, con la Reina al lado- condensa toda la historia del machismo. Y si él sigue sin entenderlo, cabe contestarle como Duke Ellington cuando le preguntaban que era el jazz: »Si te lo tengo que explica nunca lo sabrás». Insiste en que pidió permiso, pero ¿qué clase de petición es esa? ¿Y quién es él para cogerle la cabeza entre las manos? Mi símil era solo ficción, sin embargo, ocurre a diario con las mujeres como víctimas reales. Y qué sucios también los aplausos con la mano floja que recibió Rubiales de su equipo. Resultó patético.

He escuchado en la radio preguntar a unos tertulianos si este era un caso como el de Weinstein. Cambié de emisora, qué país de extremos. Pero luego me pregunté si algunos de los ahora indignados han estado callándose algo.

La madre de Rubiales se ha encerrado en la iglesia de la Divina Pastora, en Motril, para iniciar una huelga de hambre hasta que la jugadora —asegura— diga la verdad. España, no solo el fútbol masculino, necesita un milagro. Mucho rebaño y mucho carnero descarriado.

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