Los no lugares
Un paseo por León nos devuelve la imagen de lo que somos. De aquello hacia lo que comenzamos a migrar hace ya más de veinte años sin que nos diéramos cuenta. El problema es que aún los hay que creen que los ochenta no quedaron atrás, que la deliciosa ciudad de provincias que un día nos acogió continúa en los paseos de almendros, cedros y chopos, que el callejero de siglos es capaz de albergar todavía la atmósfera de un lugar que ya no existe sin darse cuenta de que los monumentos que se mantienen en pie lo hacen solo para velar el mausoleo de estelas que nos recordarán cuando todo se haya perdido.
León ha dejado de ser un lugar porque está cosido de no lugares, ya saben esos espacios en los que desaparecemos, sitios que nos expulsan de la acción y, por lo tanto, de nuestra identidad, de la única por la que podemos definirnos en este extraño cambio de era. Un aeropuerto es un no lugar, un momento de espera que nos envuelve por los lugares y tiempos inmediatamente anteriores y los que nos esperan al salir de allí. Un centro de salud lo es, como una cola de supermercado, de esas en las que ya no hay nadie que te sume las necesidades para darte la cifra que resuma cuánto eres capaz de pagar. No hay diálogo ni encuentro en los no lugares, ni siquiera con uno mismo. Son espacios a la espera de la nada que convierten la nada en nuestra identidad. Internet es el no lugar más extenso de cuantos podamos imaginar y es, sin embargo, el que más nos aprisiona. Acudir a un servidor a vender nuestro futuro no es más que una muestra de lo que hay que hacer para dejar de ser definitivamente.
Sin comercios una ciudad no es más que un polígono industrial y en su supervivencia todos tenemos responsabilidad, también los propietarios de locales que prefieren tenerlos cerrados a bajar la renta a sus inquilinos. Cada semana, casi cada día vemos más calles cerradas, más espacios deshabitados, nuevos no lugares que terminarán por tragarnos con la voracidad de la quiebra que compartiremos si no encontramos una solución.