Diario de León

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A lo largo de los años que ya uno va acumulando de paseos por esta vida ha podido observar varias veces el fenómeno fuelle. Llamo de esta manera en mi mente a aquellas obras o autores que tienen la capacidad de soplar con fuerza durante unos años, desinflarse luego durante años hasta hacerse casi transparentes y, un día, descubrir que sólo estaba recuperando aire para volver a expirar cual lobo de los tres cerditos. Cuento esto porque observo en uno de esos paseos que suelen tener como metas volantes varias de mis librerías favoritas cómo acaba de pasar esto con Stefan Zweig.

Han sido años de esquina inferior de librería, incluso de almacén para este autor y ahora, de unos meses a esta parte, ocupa su obra de nuevo, sin mucha explicación al menos aparente, los lugares calentitos de debajo del foco en los frontales. Ahí están de nuevo, como si este tiempo no hubiera pasado, los  Momentos estelares de la humanidad , ese soberbio repaso por las decisiones aparentemente diminutas que han cambiado la existencia humana. Ahí reaparece en nuevas y brillantes junto a viejas ediciones, llenas de polvo de almacén, la ‘Carta de una desconocida’, el frustrado intento de comunicarse de alguien que no supo cómo hacerlo. Por ahí resopla su  Novela de ajedrez,  la que, para mí, es la manera más perfecta que he leído nunca de convertir una anécdota en un relato absorbente por magia de la forma de contarla.

Ahí está, redivivo,  El mundo de ayer , la biografía de alguien que lucha contra su nostalgia al final de su vida a pesar de encontrarse acabándola en un mundo que va tan al desastre que le robará las ganas de seguir viviéndolo. Entre librería y librería pienso en las causas que han podido provocar este efecto fuelle en este autor en concreto y, lo más curioso de mis conclusiones, es que, sin ser capaz de detallar de manera metódica los motivos, sin poder dar una conferencia detallada en 20 puntos sobre las causas que el mundo de hoy ha necesitado, de repente, de las palabra de Zweig, sin racionalizarlo, me parece algo inapelablemente lógico. Hay algo que, si supiera explicar, probablemente me convertiría en editor multimillonario, en la obra de Zweig que responde, o al menos alude, a preguntas que se está haciendo el hombre de hoy.

No sé si es esa hondura honesta en su manera de mirar, ni sé si es su permanente perplejidad ante lo que está mirando, ni sé si es su esfuerzo por, a pesar de ello, mantener la ternura frente al odio. Pero sé que es el momento de dejar que sus libros te soplen el flequillo.

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