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Porque no fue una unión sino un intento de sometimiento que llega hasta nuestros días, nadie por aquí entiende muy bien de qué trata la fiesta que el presidente Mañueco quiere infligir a la ciudadanía con la celebración de los 800 años de la unión de Castilla y León. No voy a entrar en temas históricos que dejo a los expertos y de los que habría mucho que decir, pero venir ahora con la imposición de un sentimiento del no se qué más parece una ocurrencia a la que habría que dar una pensada de otros ochocientos años más.

Porque si se quisiera hacer comunidad, como si la voluntad tuviera algo que ver con la realidad, deberíamos hacer un debate de verdad, en el que no se hicieran promesas con pólvora ajena sino que se pusieran los datos fríos sobre la mesa. Veríamos entonces que lo de menos es la historia, que los fastos son una historieta de cuatro listos para enmascarar la realidad.

Ojo al dato, uno que permite hacernos una idea de lo que realmente pasa con los presupuestos de la Junta, los que nos venden provincializados y los que —por qué será— no.

Los mandamases que quieren ahora celebrar la muerte del Reino de León provincializan para Asturia no más de 1.300 millones de euros cuando con los datos en la mano nunca deberían ser menos de dos mil. Pero es que, además, y como decía don Altobello en la última entrega de  El Padrino , tenemos que contar con la china en el zapato: el 40% de dinero que Castilla deja sin provincializar, una cifra que en 2022 alcanzó los 5.300 millones de euros y que desde los despachos se gestionan en función de... ¿Despoblación? ¿Envejecimiento? ¿Orografía? No, ninguna de estas razones cuenta en el cálculo del reparto que hace la Junta, que ni siquiera paga las competencias propias.

Se autoproclama Junta, unión, cuando lo único que hace es crear guetos y abonar las diferencias en función del lugar de nacimiento mientras sigue con la estafa de que León recibe más de lo que da. Usa la misma cantinela de los poderosos, como Cataluña, sin rubor. Y ahora, hablemos de amnistía.