Diario de León

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En mayo de 1975 ocurrió un hecho insólito en la provincia de León. El epicentro fue Valencia de Don Juan y toda la contorna coyantina. El terremoto, un proyecto de central nuclear. La dictadura franquista seguía en vigor y aún quedaban coletazos de extrema represión. El 27 de septiembre de 1975 se ejecutaron las últimas penas de muerte del régimen con el dictador casi moribundo. Fue una primavera movida y un mayo florido de protestas. Una movilización popular, con el regidor coyantino de su lado, salpicó las páginas de la prensa local y nacional con un conato de rebelión para oponerse a la construcción de la central nuclear. Tras una sorpresiva ‘toma’ de León, la fiesta de San Isidro, fue la siguiente cita, que la Guardia Civil aminoró bloqueando las entradas a Valencia de Don Juan. En la primavera coyantina confluyeron labradores, estudiantes, gentes afines al régimen, como lo era el propio alcalde, militantes de izquierdas clandestinos, leonesistas... El objetivo era impedir la central y se consiguió. Luego los jóvenes emigraron, León fue anexionado a Castilla, anegaron el valle de Riaño, y nos seguimos despoblando. Se ganó una batalla y se perdió la guerra.

Hoy se celebra una manifestación en Ponferrada contra los macroproyectos eólicos y solares que encabeza Prada a Tope, lo cual no deja de ser otro hecho insólito. Junto a quien es uno de los iconos de la marca Bierzo y de la nueva economía de la comarca se han sumado una veintena de colectivos vecinales y ecologistas. No es la primera movilización contra los macroproyectos ‘verdes’, pero sí la que tendrá más eco por el lugar, la cantidad y la ‘cualidad’ de los convocantes. Nadie piensa que Prada a Tope sea un antisistema por más que haya hecho de la extravagancia emblema del Bierzo. Además, las Cortes de Castilla y León acaban de blindar viñedos y cultivos permanentes del impacto de los macroproyectos renovables a propuesta del PP.

Esperemos que lo que busque esta movilización no sea exclusivamente un Bierzo a la medida de los intereses turísticos y empresariales sin pensar más allá del Manzanal o de los Falcon Crest particulares. Que este ahínco contra los macroproyectos se transforme en solidaridad con otros territorios. Porque la salida a la crisis ecosocial no va de sálvese quien pueda, sino de si somos capaces de hacer juntos el cambio de paradigma sin caer atrapados en eso que unos llaman ecofascismo o populismo ecologista y otros tecnofeudalismo, las nuevas mutaciones del capitalismo. Renovables, sí; pero no así no es solo cuestión de tamaño. Es la forma que le vamos a dar al nuevo mundo que se nos viene encima cargado de sangre derramada por las guerras y que derrocha ingentes cantidades de dinero público en la transformación de las grandes energéticas en corporaciones ‘verdes’ que ensancharán la desigualdad. La salida no es ganar una batalla sino construir una nueva forma de vida con el ‘liderazgo’ de lo común.

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