Diario de León

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Cuánta gente necesita compañía. Soledad es un nombre bonito pero triste porque tiene un regusto que asusta. De hecho, estar (o sentirse) solo es uno de los grandes males de este mundo que hace ya tiempo dejó la humanidad un poco de lado ante la falta de tiempo. Porque no es lo mismo estar solo que sentirse solo. Cambia el verbo y eso lo cambia todo.

Uno puede sentirse solo aunque esté rodeado de gente porque lo que tienes al lado puede que sea solo una presencia física y la soledad, para apaciguarla, necesita de alma.

Nada que ver. Me viene a la mente la película Lost in traslation. Una cinta con una banda sonora de las buenas en la que uno de los protagonistas es un ser solitario caminando por las calles de una ciudad atestada de gente. Está rodeado de cientos, miles de personas, pero él se siente sólo en una ciudad que parece no dormir nunca y aún así falta el calor que da una buena compañía.

Pero para conocer una historia real de soledad no hace falta ver una película porque hay mucha gente que sufre esta realidad en su día a día. Demasiada. A nuestro lado, mucho más cerca de lo que pensamos, transcurren vidas solitarias no deseadas, porque la soledad elegida por uno está bien, pero la que tortura es cuando no has tenido poder de decisión sobre ella.

Algo mal estamos haciendo como sociedad cuando hay tanta gente que sufre de soledad. Y no sólo me refiero a las personas mayores, sino a las de cualquier edad porque la soledad, como todas las lacras, se va extendiendo sigilosamente casi sin que nos demos cuenta, desplegando sus garras aquí y allá, de forma casi imperceptible cuando uno se dedica a mirar sólo con los ojos. 

Hiela la sangre cuando aparece algún caso de alguien que ha muerto en la soledad de su casa y cuyo cuerpo ha tardado días en ser encontrado porque nadie  se había dado cuenta antes de su ausencia.  Y también saca una sonrisa casos como el de Orlando y Maite,  ambos bercianos, que han mejorado sus vidas gracias a la compañía mutua. Él no podía caminar y ella buscaba trabajo. La unión de sus necesidades ha transformado su experiencia vital para hacerla un poco mejor gracias a hacerse compañía. Una relación simbiótica que genera bienestar y que es un ejemplo para combatir uno de los grandes males de este mundo en el que vivimos. 

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