Diario de León

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Me entra un escalofrío cuando atisbo en algún rincón la obsesión por la felicidad navideña. Está por todos los lados, ya lo sé, porque estos días rezuman deseos maravillosos en forma de mensajes aquí y allá. Y está bien, porque yo soy de las que piensa que lo que deseas aparece en tu vida de alguna manera, —así que tengan cuidado con lo que piden—, pero no hay que ser feliz sólo en Navidad. Ni siquiera hay que ser feliz siempre. Y mucho menos parecerlo aunque no sea verdad. Incluso hasta puede uno no ser feliz nunca y tampoco pasa nada porque la felicidad es relativa y no tiene nada que ver con la sonrisa forzada ni con los destellos navideños. Esa maravillosa sensación que perseguimos de forma constante sin tener muy claro qué es ni dónde se encuentra está aquí mismo.

La felicidad, querido lector, está dentro de cada uno y cada persona es responsable de saber qué es para ella la felicidad y cuál es el plan que va a trazar para alcanzarla. Es algo más individual que colectivo. Y, sobre todo, personal. Así que, si no le ha tocado la lotería y se ha fundido en un suspiro la paga extra -si es uno de los suertudos que la conserva sin prorratear- no se preocupe, todavía está a tiempo de reprogramarse y aprovechar el tirón de final de año para dejarse claro a usted mismo qué es lo que le hace feliz. Y, una vez más, no mire al de al lado, que no es asunto suyo.

Y si no le da la gana de revisar sus anhelos o ni siquiera le importa el tema tampoco se va a acabar el mundo. Y si no quiere ser feliz ni parecerlo, tampoco. Eso también es felicidad. Pero tengamos claro una cosa: tirarse al turrón y los mazapanes o deleitarse con los deseos ajenos de felicidad en forma de muñequitos animados, incluso brindar como si no hubiese un mañana, no nos aportará más bienestar, aunque nos brinde un disfrute fugaz. Eso sí, cada uno que se evada como le dé la gana.

Dejemos de mirar estadísticas y listados de cómo se alcanzar ese nirvana que ya de por sí resulta cansino y que ahora se pone más pesado que nunca, casi como una dictadura absurda o el familiar plasta. En el fondo nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer y hasta sentir porque nos da seguridad ver que es lo que hace la mayoría. Así que ahí va una prueba infalible para saber si se deja usted abducir por la locura generalizada; la felicidad no da angustia. Feliz Navidad.

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