Diario de León

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El domingo, el sacerdote cerró su homilía con una cita de C. S. Lewis, el célebre escritor anglicano. Me gustó ese reconocimiento a la sabiduría cristiana de quien pasó del agnosticismo a la fe activa, tras una larga conversación nocturna con Tolkien, a través de la cual actuó la Gracia. Me conmovió escuchar su reflexión, escrita tras la II Guerra Mundial. Pero empecemos por el principio. Me encontraba en casa apuntado ideas para esta columna, que quería —y quiero— dedicar a las injustas acusaciones en las redes contra nuestro mediático aventurero y comunicador Jesús Calleja, en las que se le llama «mal leonés» y «vendido» a la Junta. Esta vez, el linchamiento local lo desencadenó un video en el que menciona que en Valladolid estuvo la Corte. Lo estaba, por ello Cervantes vivía allí cuando fue publicado su primer Quijote. Supongo que trabaja con la Junta por legítimas motivaciones económicas, pero también porque le gusta esta autonomía y no siente rechazo por su gobierno. En lo profesional, León no le debe nada, ni él nos lo debe. Se le conoce y quiere en toda España. Es su propia marca, pero siempre tiene en los labios a su tierra. Ojalá hubiese muchos como él y menos verborrea paralizante.

Y dándole vueltas a esto, me fui a misa y allí escuché citar el fragmento de Lewis, que resumo: «Si todos vamos a ser destruidos por una bomba atómica, que esta nos encuentre haciendo cosas sensibles y humanas —orando, trabajando, enseñando, leyendo, escuchando música, bañando a los niños, conversando con amigos—, pero no amontonados como ovejas aterrorizadas. Las bombas pueden destruir nuestros cuerpos, pero no deben dominar nuestras mentes». Sabía de lo que hablaba, luchó en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Pero en su larga lista de acciones «sencillas y humanas» no incluyó la envidia, la maledicencia ni ninguna de las variantes de la crueldad verbal, que extremadas nos llevan a lo inhumano.

Me entristeció leer el linchamiento a Calleja, más por partir de leoneses. Y me alegró escuchar que se mencionó en misa a Lewis. En el fin, que la bomba atómica me pille en pijama diciéndole a Marta: «Sabes, cari, algo me dice que mañana va a ser un gran día». O sea, cosas sencillas y humanas.

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