Diario de León

Cuarto Creciente Carlos Fidalgo

El baúl de la familia Gago

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Leopoldo Gago regentaba un bar que a la vez era cafetería y colmado en Ushuaia. El negocio cerraba tarde y abría temprano y Leopoldo, que había llegado al fin del mundo en 1913 junto a su padre Ramiro, con 13 años de edad, procedentes de Bembibre, se acostaba muchas noches sobre la mesa de billar para dormir unas horas. Lo contaba este martes Manuel Fernández Villatoro en una sesión fotográfica en el Teatro Benevivere sobre el viaje de los Gago a Argentina que ya llenó dos páginas de este periódico.

Ushuaia está en Tierra del Fuego y es la ciudad más austral del mundo. Más allá solo hay hielo y el temible Cabo de Hornos donde tantos barcos han naufragado.

Ushuaia creció en torno a un penal de máxima seguridad, no por la altura de sus muros o la fortaleza de sus rejas, sino por lo agreste del paraje. ¿Para qué fugarse si no había forma de sobrevivir?

Allí encerraron a presos políticos y a uno de los primeros asesinos en serie del mundo; el despiadado Petiso Orejudo , que dejó un reguero de crímenes horribles. Y allí, en aquella ciudad carcelaria, prosperaron los Gago con un negocio que vendía de todo, como en los poblados del Oeste, y que tenía una mesa de billar que por las noches se convertía en la cama improvisada del joven Leopoldo.

A Leopoldo, ya se lo hemos contado, le gustaba la fotografía. Y cuando la familia reagrupada en Ushuaia —menos dos hermanas que se casaron en Argentina— regresó a Bembibre veinte años después, se llevó con él una colección de imágenes espectaculares. Una ballena varada en la orilla del mar, presos con el traje a rayas de los convictos, nativos que vivían en la miseria, un barco que se hunde sin que nadie se ahogue, y un buen puñado de reuniones sociales con hombres encorbatados y mujeres con el vestido de las ocasiones especiales, forman parte de la colección de los Gago.

Todas esas imágenes, y parafraseo a un replicante, no se perderán en el polvo, en un desván o en un baúl olvidado porque Manuel Fernández Villatoro —que el martes las proyectó en la pantalla del Benevivere con música de Piazzola y está emparentado con los Gago— no ha querido que desaparezcan. Aunque el penal ya esté cerrado, el Petiso Orejudo , muerto, y los barcos ya no doblen el Cabo de Hornos con la misma frecuencia que antes.

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