Diario de León
Publicado por
CORNADA DE LOBO
PEDRO GARCÍA TRAPIELLO

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Bronca vieja: ¿de quién es el agua?... ¿sólo de donde nace y crece un río o también de quienes la tomaron de antiguo en todo su recorrido?... ¿podemos apresarla aquí creyéndola propia antes que de otros?... y ahora que la secura gobierna cambios, ¿habrá que hacer nuevos embalses que aplacen la venida del Señor de los Desiertos ?... porque el consejero Quiñones pide hacer más «pantanos» y los ecos inundados de esta tierra se le volvieron como pedrada a la oreja. Si se hacen (hoy sin tanta tropelía y daño), podrán mantenerse y crecer surcos calmando despoblaciones. Si no se hacen, nuestros nietos de cantimplora vacía mearán sobre nuestra tumba para hacer adobes con las cenizas levantando un monumento a la imprevisión. Y cuando falte el agua, ¿dejaremos sin ella a zamoranos y portugueses robándosela «por derecho»?... ¿y por qué entre las renovables es cenicienta a la energía de la pequeña hidroeléctrica que daría a León una riqueza que bloquean y maldicen las empresas del calambrazo?...

De ley humana es llevar la contraria a las adversidades; y ninguna como la falta de precipitaciones que ya hemos comenzado a consignar. Así la cosa, habrá que recordar que si los ríos y arroyos que una generosa naturaleza dibujó en este León festoneado de neveros suman más de 5.000 kilómetros, los ríos y arroyos que hizo el hombre (canales, presas y acequias, auténticos corredores verdes) superan los 50.000. Gracias a ello corrió el agua por donde la física hidráulica jamás lo permitiría dejando sólo a las nubes el capricho de dar de beber, o no, a campos, ganaos y fauna. Y para hacerlo posible hubo que apresar ríos con puertos de estacada naciendo de ellos una presa principal con sus acequias. Y en cada río, varios puertos. El ingeniero romano y el árabe regantín formalizaron el milagro y hasta por paredes de roca hicieron correr el agua en canales, regueros o azarbes, ese agua única madre de toda vida que llegó donde jamás se vería, redimiendo al perpetuo secarral y parameras. O retenemos el agua o la muerte de sed lo tendrá más fácil, cree Sócrates.

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