Diario de León

Panorama
 Juan Carlos Viloria

Vinicius

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Sin el coraje, las agallas y, a veces, la arrogancia de José Paixão de Oliveira Júnior, Vinicius, probablemente los jugadores insultados que estos días se han enfrentado a los aficionados hubieran seguido sufriendo en silencio. El gran mérito del jugador brasileño ha sido dar una patada al avispero y levantar la voz no solo contra los agravios de tinte racista sino contra la costumbre de que el espectador de los estadios tiene derecho a decir lo que le venga en gana porque paga una entrada. Los necios que le persiguen por la mayoría de los campos de fútbol de una Liga como la española que atraviesa sus peores momentos no saben que, paradójicamente, lo han convertido en un adalid contra el racismo en el fútbol donde cada vez juegan más deportistas de color. Aunque, cada vez, tiene más adeptos la farsa argumental de que el problema es que Vini es «un provocador». Si los defensas impotentes le fríen a faltas, agarrones, codazos o empellones y Vinicius reclama al árbitro, protesta, pide tarjetas con su gestualidad brasileña es que está provocando. Si todo un campo de fútbol corea «Vinicius muérete» y cuando él marca un gol mira a la grada y se señala la camiseta o la oreja, es que «no respeta» al público. Chatarra argumental. A cualquier equipo de fútbol le encantaría tener en sus filas a Vinicius, el mejor desborde por la línea de cal que hay actualmente en el fútbol mundial. Goleador, asistente, preciosista; una combinación de la fantasía brasileña con la tenacidad germana, el ímpetu ibérico y el carácter ‘italo-azurri’. Cualquier aficionado al fútbol, no digo aficionado a que gane su equipo, sino al espectáculo, no puede negar que es un disfrute verle en un terreno de juego. Y, sin embargo, en muchos campos de España el espectáculo deportivo ha derivado en un aquelarre de insultos, escarnios y mofas, tomando como propósito desestabilizar al jugador, desahogar la rabia, la frustración o la pasión. Es mayor la irritación de ver cómo desborda a un defensor propio que disfrutar de la belleza de su ‘dribling’. De modo que los más borricos han descubierto que la imprecación racista, el gesto antropoide, es donde más le duele y lo que más le desestabiliza. Duele más que mentar a la madre, a la condición sexual, a la torpeza o al fallo. Que yo recuerde en Valencia se mofaron de él con el gesto del chimpancé; en Madrid colgaron un muñeco con su figura en la M-30. El Sadar, Las Llanas y, otros campos, también han sido escenario de insultos racistas. Si continúa el acoso quizás acabemos perdiendo a un jugador genial, pero si no se rinde ante los cretinos ganaremos un activista de los derechos de los deportistas del fútbol a no ser insultados, denigrados o discriminados.

Los insultos lo han convertido en un líder contra el racismo en los campos de fútbol
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