Diario de León
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CORNADA DE LOBO GARCÍA TRAPIELLO

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Una buena dosis de descaro es básica si quieres gobernar algo entre cazurros tras la sebe o que adulan por delante para maldecir por detrás haciendo de su vela en la procesión estaca en la sacristía. Y poca gente como Isabel Carrasco vi administrar esa osadía insolente o propinar nada más iniciarse el juego lo que Valdano llama «patada de respeto», dejando claro así el «reglamento». Estaba convencida de su gran poder -lo que también era su perdición- y eso le hacía aún más temible mostrándose expeditiva, sin dios ni diablo que le pusiera cordón. Y los complejos que sin duda tuvo los revolvía con coraza de ataque y galas de estrellita nada modosa permitiéndose lo impropio en una líder imperiosa de la derecha provinciana como fue su nula religiosidad (hasta uno del obispado amenazó una vez con excomulgarla tras una ruda y ácida bronca con el cabildo de la Catedral) o sus licencias amorosas que la llevaban a sentar al «compañero» en banquetes y presidencias dejando turulato al respetable. ¿Y aquella gargantilla que llevó un tiempo con la palabra SEX gritando en su pescuezo? Tacos o juramentos enhebraban su «inter nos»; incluso prohibió a los bedeles acercarse a la puerta del despacho para así poder despacharse a gusto. Reñir, reñía. Mucho. Podría decirse que era una fábrica de damnificados y que, siendo tantos, llegó hasta temerse lo peor (alguna vez lo confesó), contratando guardia de seguridad a pie de presidencia y contravigilancia en la inmediación domiciliaria. Mucho cadáver político empedró la senda de sus ascensiones. En diez de ellos se centraron en principio las sospechas como posibles inductores del asesinato en el «puente de Triana» donde horas después alguien escribió en el suelo «aquí murió un bicho». El nulo duelo popular que causó la noticia lo resumió uno al que preguntó la tele por aquella muerte tan trágica: «pues me parece excesivo», dijo, como si unas piernas rotas por un rumano hubiera sido más razonable. Y aquella noche muchos brindaron aliviados. Muerta la reina, el enjambre volvía a zumbar en zángano y picotazo. ( continuará )

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