Diario de León
Publicado por
García Trapiello

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Q ue Isabel Carrasco era rara avis es innegable. Ha de pasar tiempo hasta ver alguna en su par... o sea, era impar, algo insólito en la sumisa derecha política en la que dominó y campó a sus anchas... y a sus altas, siempre pisando cumbre, incontenible e insaciable ella. Nunca respondió al estereotipo de mujer conservadora del PP, salvo en teñirse y pirrarse por modas o lujitos. En lo demás, verso suelto, muy-muy suelto, contracanto a menudo, provocando. Con nidiós se casaba fácilmente. De los suyos se fiaba lo justo o, abiertamente, ni se fiaba, y martirizaba al disidente hasta hacer llorar a algún alto cargo con su disciplinante proceder (¿recuerdas, Antonio?). No olvidar ni perdonar limpió sus sendas de emboscados y conspiradores. Temible y vengativa. Eso era para casi todos. Y para sus transtornadas y despiadadas asesinas, un monstruo a tumbar. E imprevisible también; tanto, que insospechadamente me llama un día y me conmina: prepárate, a las tres te mando mi coche y chófer y a las cinco te espera en Valladolid el consejero de Cultura, tienes que ser el nuevo director general de Turismo sí o sí. ¿Tas loca, Isabelita, de qué va la broma?... Ni rechistes. Corría 1991. Abordaba la presidencia de la Junta Juan José Lucas, PP, y el consejero era Emilio Zapatero, tío carnal de nuestro Papes. Le advertí de lo raro de la propuesta, pues aunque jamás milité en partido alguno, había trabajado años atrás para gobiernos socialistas de portavoz en León de la primera Junta y después ideando y dirigiendo el Proyecto Pallarés en esta Diputación. No buscamos afinidad política, sino ganas e imaginación, me dijo, y en tu caso Carrasco lo tiene muy claro. Y me atreví al sí. Menos mal que debieron advertirles de mi fácil inclinación a dimisiones y, al final, nombraron a uno de Ávila que a los tres meses despidieron. A Isabel le cuestioné después mi idoneidad, pero también era que en su partido no se fiaba o no encontraba cosa cuando su obligación era dejar el cargo en casa. Así que para rara-rara, ella. Si no convencía, confundía. Y de no haber acabado asesinada, ¿dónde estaría hoy?...

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