Diario de León

PANORAMA
Felipe Benítez Reyes

Sueños de poder

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Cada mañana, nada más abrir los ojos, me hago la misma pregunta: «¿Cómo habrá pasado la noche Puigdemont?». No puede uno calibrar en qué medida el hecho de dormir en tierra extranjera influye en el rumbo de los sueños, ya que se priva al individuo del beneficio sedante de los efluvios patrióticos, pero, puesto a fantasear, me permito la suposición de que nuestro más ilustre exiliado tiene un sueño recurrente: una vez instaurada la República Catalana, quitan la estatua de Colón y la sustituyen por una suya, señalando con el dedo índice en dirección a Waterloo, como recuerdo de una etapa oprobiosa. Es lo menos que se merece un mártir. Al hilo de esto, caigo en la cuenta de que sería interesante que los políticos, al igual que hacen público su patrimonio, nos informasen sobre sus sueños, no por promover entre la ciudadanía chismorreos freudianos, sino para hacernos una idea de qué late en su subconsciente, pues de su vida consciente —más o menos— ya tenemos noticias de sobra.

Por ejemplo, que el presidente del Gobierno nos revelase, no sé, que en sus sueños se le presenta no diré que Dios en persona, porque eso resulta improbable incluso para alguien con un sólido superego, que como mucho es recibido por el Papa, pero sí al menos San José de Cupertino, aquel fraile napolitano que se especializó en el difícil arte de la levitación, hasta el punto de ser tenido como patrono de todo el que se anima a volar en aeronaves, ya sea en condición de piloto o de pasajero, y cabe suponer que incluso de los tripulantes de ovnis. «Haz de la necesidad virtud», podría insistirle el santo al presidente, y el presidente, entre las brumas del soñar, llegaría a la conclusión de que su necesidad básica consiste en seguir siendo presidente, lo que, una vez reingresado él en la vigilia, le llevaría al siguiente razonamiento: «Si mi necesidad es esa, mi virtud sería la misma». (Como gesto incontestablemente virtuoso, ahí anda con lo de la amnistía a Puigdemont, como paso previo a lo de la estatua). El caso del líder del PP sería tal vez distinto: no se le presentaría en sus sueños un santo, sino una de esas meigas chuchonas que, según quiere el folclore gallego, chupan la sangre a los durmientes. Le diría la meiga: «No te hagas mala sangre, Alberto, que después eso se nota en el sabor. Tú no eres presidente porque no quieres». Y el que no quiso ser presidente le diría en el Congreso al presidente que siempre quiso serlo: «Yo no soy presidente por culpa de San José de Cupertino. Que conste en acta». Me permito proponer desde esta tribuna, en fin, que en el BOE se publique a diario el relato de los sueños de nuestros gobernantes. Igual así entendemos algunas cosas.

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