Diario de León

Alberto Flecha

Un dueño para un paisaje

Muro. DAVID CAMPOS, 2022

Muro. DAVID CAMPOS, 2022

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No hay paisaje sin un ojo, sin una mirada que lo forme y lo moldee. No hay montaña, ni río, no hay un lugar sobre el que se pose nuestra vista que no quede impregnado por nuestra conciencia, por nuestro mirar condicionado por nuestra experiencia o nuestras ambiciones. Y eso es porque somos espacio y territorio. Interpretamos la tierra, la moldeamos, hacemos de ella una obra de siglos, un lugar construido, un trabajo nuestro.

Así se esculpieron montes. Así se hizo la sebe. Así se podó la palera y se limpiaron las orillas del camino. Las presas por las que corre vibrante el agua que se sacó del río, y los regueros, y los surcos sobre los que se extiende el riego y el germinar de la planta. También el golpe de la azada y el erguirse de la espalda de aquel que levantó la vista y observó el fruto de su labor.

Hubo un tiempo en que el paisaje fue fruto de muchos. Su mensura y sus límites se repartían entre los que pisaban la tierra, la disputa era constante. Sobre la escuadra y el cartabón se multiplicaban las manos, el mapa se dibujaba lento, a la fuerza de unos y de otros.

Pero llegó el momento en que alguien cerró la puerta y dejó vacía aquella obra de todos. Con la despoblación, el paisaje pasó de ser obra a ser imagen, espectáculo, un retrato de embalses e inmensos molinos de viento construido en bytes y píxeles luminosos. Campos de placas fotovoltaicas, un cuadro que se pinta de hermosos colores verdes para decorar la casa del pobre. El expolio quedó en indignación cada vez más lejana. Una representación, un muro de hormigón que tapó con la distancia la implicación de los ofendidos. Los nuevos dueños impusieron su criterio y las críticas quedaron en ecos de películas, de fotografías, de texto.

La tierra y el paisaje son cada vez menos nuestros. Ya dimos los brazos y la sangre, ahora damos los frutos de una tierra cada vez más vacía de alma. Perdemos incluso su imagen y su relato: apenas queda el estertor de la víctima de un crimen que parece inevitable.

La tierra y el paisaje son cada vez menos nuestros. Y recuperarlos una empresa cada vez más lejana. Es preciso hacerse de nuevo con ellos, hacer un agujero en ese muro que nos separa del paisaje y volver a hacerlo nuestro. Disputar la tierra, construirla para todos.

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