Diario de León

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Le leo a Suso del Toro, en el prólogo a una de las novelas de Cunqueiro, que la literatura no son más que palabras. Y yo me pregunto qué parte de lo que nos rodea a nosotros mismos no son más que palabras.

La ciudad está hecha de palabras. Frases verticales que ocultan el horizonte. Una gramática de hormigón que nos envuelve. La ciudad está hecha de escaparates de librerías, está hecha de periódicos, crece con el eco de los altavoces de televisores y de móviles.

Ciudad-literatura, acaso no sea imposible escapar de ella. La ciudad-literatura es país y paisaje.

Ha llegado el otoño y llueve. Y en urbes como las nuestras, alejadas del mundo y de la historia, en tardes adormecidas nacen con frecuencia libros a medias, se leen versos a la nada, se adormece uno en liturgias dedicadas a la muerte que se repiten en una espiral sin fin. 

Ni siquiera los locos perturban ya con sus gritos el plácido sueño burgués de las palomas que gorjean con un ojo cerrado bajo los aleros de edificios de piedra antigua.

Camus, en un tiempo tan brutal como este que se nos anuncia por todas partes, quiso alejarse de esta semántica agobiante volviendo la mirada hacia la pureza radiante de las ciudades costeras del Mediterráneo argelino. Nosotros, sin embargo, solo podemos escapar introduciéndonos más en el laberinto de la nostalgia y el ensimismamiento.

En tierras como esta, las palabras nacían por todas partes, como lo hacía la espiga del centeno. Pero un día el labrador llenó el baúl, se echó la azada al hombro y cerró la puerta con su llave dorada para irse lejos. Y las palabras perdieron su poder nutritivo, algunos las secan para hacer ramos con los que adornar el dintel de sus puertas.

A nuestros poetas solo les quedó el camino del exilio o la carrera de decorador de interiores. La poesía quedó en manos de políticos en traje azul marino y de periodistas deportivos que cantan muy alto las tardes de los miércoles, durante los partidos de la selección. 

La ciudad-literatura es país y paisaje. Una palabra trazada sobre el papel en blanco dibuja el skyline bajo el que habitamos. Pero la palabra, aquí en estos lugares en los que agonizamos, alejados del tiempo y de la historia, hace tiempo que no pertenece a los poetas.

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