Diario de León

Alfonso García

El colibrí, pájaro primigenio

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Nunca acabo de entender la razón última pero he repetido con frecuencia la deliciosa sensación que me provoca la presencia del colibrí, acrecentada en el recorrido de hace unos años por la sonora ladera de los colibríes en el mítico lago Atitlán guatemalteco. Se enriquece ahora al recibir de una profesora argentina el Ayvu Rapyta, publicado en 1946 por el antropólogo paraguayo León Cadogán: se trata de una recopilación de textos orales de los indios mbyá, uno de los clanes de aborígenes nombrados como guaraníes, que aún conservan su cultura y viven en los montes de Paraguay, Argentina —fueron los primeros productores del popular mate—, Brasil, Bolivia…

Uno de los mayores atractivos de las culturas antiguas son, a mi juicio, las cosmogonías, la narración mítica que pretende dar respuesta al origen del universo. Lo primero que hizo «nuestro Primer Padre» Ñamandui —el dios principal de la mitología guaraní— fue crear el lenguaje, «futura esencia del alma enviada a los hombres, participa de su divinidad». De sobra es conocido que los guaraníes tienen el don de la palabra, seguramente porque el Primer Padre —que ya «existía en medio de los vientos originarios»— había «creado, en su soledad, el fundamento del lenguaje humano». Es verdad que en no pocas cosmogonías la Palabra está en la raíz, en el principio y origen del universo.

Después del lenguaje llegó el turno a aquellos que ayudarían a conformar el universo. Uno de estos seres fundamentales es el colibrí: «Por entre medio de las flores del divino adorno de plumas —está escrito en el primer capítulo del Ayvu Rapyta—, el pájaro primigenio, el Colibrí, volaba revoloteando». Qué hermoso acercamiento al pájaro más pequeño del mundo, que se distingue de todos por su vuelo, de colorido y fascinante plumaje, grandes el corazón y el cerebro. Como también cuenta la leyenda de los viejos y sabios mayas, los dioses, al crear la tierra, encargaron al colibrí llevar los deseos y el pensamiento de un lugar a otro. Antes de nada, y vuelvo al Ayvu Rapyta, «el Colibrí le refrescaba la boca; el que sustentaba a Ñamandui con productos del paraíso fue el Colibrí».

Nunca está de más recorrer los senderos míticos para poner en valor seres en apariencia tan insignificantes pero tan llenos de fascinación. Para los poetas también, como le ocurriera a Octavio Paz: «Quieto/ no en la rama,/ en el aire,/ no en el aire,/ en el instante/ el colibrí».

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