Diario de León

Alfonso García

Cuba sobre el tapete

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Pocos se acuerdan de Santa Bárbara, solo cuando truena. De Cuba, desgraciadamente, se puede decir algo parecido. Tantos años sufriendo el desgaste de un pueblo sometido a una dictadura pura y dura, y ahora se dan cuenta, no para tomar conciencia del hecho, sino para, como todo cuanto por aquí ocurre, introducir el hecho en el debate político, con tintes rocambolescos y poco serios. «Repita conmigo –dice la alta jerarquía de la oposición-, Cuba es…». Ellos, que bailaron las aguas al Dictador Supremo de la Isla y generaron no pocos conflictos. Queda trasnochada, a mi juicio, la idea de Vázquez Montalbán en Y Dios entró en La Habana de que los turistas que viajan al país caribeño lo hacían por dos motivos principales: el sexual y el de la «arqueología de izquierdas». El mayor respeto al pueblo cubano, que es el que realmente debe interesar. Rosa Díez, del grupo camaleónico imperante de los Cantó y sus secuaces, propone un viaje a la isla de un frente político democrático. ¿Para qué, para dar qué lecciones? ¿Dónde se guardó la trasnochada regeneradora de éticas y comportamientos? No vale llevar más balas al tapete, siempre con un sesgo ideológico e interesado. Hace falta rigor y coherencia. Conocí allí a algunas embajadas parlamentarias españolas, en cuya nómina figuraba algún paisano, que entendieron el viaje como unas vacaciones de placer y lujo, con el espléndido agasajo del Régimen. Nadie se eche florituras ni eluda responsabilidades. 

Desgraciadamente quedan demasiadas dictaduras en el mundo, al margen de la históricas que los mismos se niegan a reconocer; los más generosos tildan la nuestra de «dictadura necesaria». Las dictaduras no admiten adjetivos restrictivos. ¿Qué me dicen de Guinea Ecuatorial, Marruecos, China…? A esta última acabarán aplaudiéndola con manos y orejas si fuera necesario. Estados Unidos empieza a temblar ante su empuje imparable, porque sabe que su hegemonía mundial llega a su fin. Si no lo es ya, China se convierte en la gran potencia económica que hará orbitar el mundo en torno a su eje, con la vestidura ideológica de «socialismo modernos», que no otra cosa será más que un comunismo dictatorialmente férreo. Pero poderoso. Y como ocurre con frecuencia con el racismo, se ejerce sobre los pobres, difícilmente sobre los ricos.

Me gustaría saber cómo reaccionan unos y otros. Las políticas de salón y conveniencias me han parecido siempre muy pobres. Injustas.

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