Diario de León

Alfonso García

El Transcantábrico

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El asunto va de trenes. No de choque de trenes, esa metáfora desproporcionada y engañosa que apenas tiene contenido. Como el lenguaje político, siempre a la espera del más mínimo fallo del oponente para airearlo generalmente de forma desmesurada, aunque con frecuencia sean nimiedades de cuya existencia apenas si tenían noticia y, como consecuencia, propuestas. El hooliganismo político está convirtiendo a este país en irrespirable, al amordazar la iniciativa del pensamiento crítico. Les interesa cultivar el pensamiento homogéneo y someternos a él, sin reacciones ni voces disonantes. Los despropósitos, impunidades, caprichos y barra libre han sobrepasado los límites. Por eso sacan la disputa de los foros que corresponden, para generar la sensación de méritos, falsos, para la supervivencia, el poder y la pela, convertido el insulto en norma. Es el País del Insulto, donde todo vale, incluso la puesta en duda de los pilares de la democracia. La cizaña se quiere convertir en mandato paralelo.

Bueno, viene el asunto a cuento por lo de los trenes, pero podría ser por el bigote de las ranas saltarinas o el lenguaje de las lagartijas. Parece, según afirmación de los unos, que el tren turístico El Transcantábrico tiene los días contados. Y ya saben quién tiene la culpa. Dicen estos, los otros, tener un gran proyecto de Trenes turísticos e históricos de León para dinamizar la economía de la provincia. Lo que más les interesa es que prospere la postura de cada cual, que haya vencedores y vencidos. Solo así se explica —y a las hemerotecas me remito— que la mayor parte de los proyectos anunciados a bombo y platillo en esta tierra pasen años y años en los cajones, después de haber sido considerados urgentes. El enfoque, creo, debe ser muy distinto: los políticos han de entender —y lo subrayo— que están al servicio de la ciudadanía, no de los partidos. Lo contrario es poner trabas al progreso. ¿Son incompatibles unos y otros trenes? Decididamente uno piensa que no. Hay que hacer menos ruido y más trabajo. La eterna disputa empobrece.

Mientras se lucha por uno y otros para su creación o pervivencia, la literatura, de tan poco relevancia en las esferas del poder, a no ser en festejos y deslumbramientos, tiene, como siempre, una cita: Juan Pedro Aparicio publicó, ya en 1982, El Transcantábrico , un delicioso viaje en el hullero. Una buena idea, además, para no perderse en la palabra hiriente y estéril. Léanlo.

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