Diario de León

Alfonso García

¿En nombre de todos?

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Siempre me ha llamado la atención el lenguaje de plurales mayestáticos y composturas metonímicas. El lenguaje de lo que digo yo es sentencia. Sea dicho como referencia práctica, la intentona de recurrir a lo personal para elevarlo a la categoría universal y concluyente que, en apariencia, no deja lugar a dudas. Solo en apariencia, claro, o solo concluyente para quien dictamina, que seguramente tampoco lo cree. O muy poco. Los vericuetos del decir son a veces ininteligibles. En esta línea, el lenguaje de los políticos merecería profundo análisis aparte, sobre todo cuando utilizan el «cuchillo de cortar las ideas», verso que tomo de Isidoro Álvarez Sacristán en Cuando la piedra se llama luz.

Viene todo esto un poco a cuento de aquellos, especialmente personajes públicos, que dicen hablar en nombre de todos los españoles, de todos los leoneses o de quien se tercie en el momento oportuno. O inoportuno, que nunca se sabe. Ya conocemos la estrategia de quienes culpan cuando no gobiernan y se disculpan, en el mejor de los casos, cuando lo hacen. Así crecen las narices de los pinochos de madera, que no tienen reparos en pedir con vehemencia la marcha de Fulanito «porque así lo quieren todos los leoneses» o la rectificación de Menganito «ya que va contra el sentir de todos los españoles». Escenas de este tipo o parecido están a la orden del día. Uno no sabe qué métodos de cálculo utilizan los afirmantes y recalcitrantes, teniendo en cuenta que son muchísimos los que afirman no haber sido preguntados por el asunto. Y que no comulgan con lo dicho por el orador de turno, a veces vinculado a formaciones de muy bajos porcentajes en las urnas cuando no directamente residuales.

Me recuerda un poco —y las diferencias son menores cada día— a los programas del corazón en que los protagonistas se comprometen «ante toda España» a tal o cual cosa, «ya que todos los españoles están de acuerdo con mi verdad». Tales mesuras, o desmesuras, no tienen en cuenta, al parecer, los índices de audiencia.

Hable cada cual, en definitiva, en su nombre, o, dado el caso, en el de la formación o agrupación que le da voz. Nadie debería hacerlo en nombre de todos ni meter a todos en el mismo saco. Además de inapropiado y falso, el pensamiento único corre muchos riesgos. Es difícil saber cuántos estarían dispuestos a asumirlos.

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